sábado, 31 de diciembre de 2011

Otra vez ese jodido Bukowski

Hace muchos meses yo mismo escribí en este confuso proyecto de blog: Los cuentos de Bukowski son auténticos, sus novelas algo cargantes. Su poesía es infumable. En primer lugar quiero decir que siempre he sentido cierta simpatía hacia Bukowski, independientemente de que me gustaran más o menos sus libros. Principalmente porque Bukowski pudo ser muchas cosas en su vida, pero nunca fue un hijo de puta que vivía de una beca (Juan Mal-herido dixit). Así es, el tipo se arrastró por todas las cloacas, sacando pasta de debajo de las baldosas para pagar el alquiler, comprar cerveza y seguir escribiendo. Nada que ver con esos mierdas que siempre están en el sitio justo, en el momento justo. De hecho Bukowski nunca estaba en el sitio justo: llegaba demasiado tarde o estaba en el hipódromo o sentado chupando una cerveza con la mirada ensimismada en la pared. Un poeta, supongo. 



poco importa

poco amor
o poca vida
no es tan malo

lo que cuenta 
es observar las paredes
yo nací para eso

nací para robar rosas de las avenidas de la muerte.

El tema de Bukowski es peliagudo. En muchos círculos literarios está mal visto reconocer que te gusta o que lees a Bukowski. Estoy seguro de que muchos de esos que tanto le denostan se han reído a carcajadas, encerrados en su cuartucho, con alguno de sus relatos. Otros le imitan. En otros círculos, aunque más bien son elipses, Bukowski está de moda. Esto resulta casi tan cómico como lo primero. Un malditismo pop. Bukowski se reiría de ellos (sus pinturas no serían tan valiosas /ahora/ si no se hubiera/ cortado la oreja/ usado ese trapo alrededor de la cabeza/ y luego matado/ entre los tallos de maíz). Charles Bukowski tuvo un padre de mierda que le zurraba en lugar de buscar un empleo, su fuerte acné le convirtió en un monstruo sin amigos en el colegio y, para más inri, era de origen polaco. Nadie en su sano juicio quería ser medio polaco en el Nuevo Mundo. Solamente hay que recordar al enfurecido Stanley, de Un tranvía llamado deseo, gritando: ¡No me llaméis polaco! ¡No soy polaco! ¡Nací aquí y soy americano como vosotros! No me extraña. Irlandeses y polacos: la última escoria blanca del Nuevo Mundo y eso lo sabían en cualquier rincón de la América polvorienta. Por eso da tanta risa que la gente imite, no ya su estilo literario, sino su mismo personaje, su yo poético. En Malasaña hay incluso un bar que se llama Bukowski Club. No sé que día de la semana hacen lecturas poéticas. Van tíos (también alguna tía, pero la mayoría son tíos) a declamar sus poemas y se fuman medio paquete con gran dramatismo y se pimplan no sé cuántas cervezas y se creen que la poesía es eso. Mala literatura. Entonces descubres, como diría Bukowski, que el mundo no es gran cosa y que algo no funciona en todo este asunto de la poesía, donde hay gente dispuesta a entregar sus órganos a la causa, sin ofrecer a cambio un buen poema. 



y una vez en una fiesta lo amenacé con trompearlo y 
yo estaba estaba borracho y él lloró y 
me dio pena y a cambio golpeé al próximo poeta que pasó
con su botella de pis en la cabeza; o sea
nos entendimos después de todo. 



Últimamente he vuelto a la poesía de Bukowski, también a algunos de sus primeros relatos. Sobre sus relatos sigo pensando lo mismo: son auténticos, inconfundibles. Eso ya es suficiente para considerarle un buen escritor. Bukowski era valiente y eso es más importante en literatura que el propio talento. No son especialmente innovadores y todos se parecen muchísimo estilísticamente pero ¿y qué? No había demasiada distancia entre lo que escribía y su vida. Eran la misma cosa: escribir era algo que hacía entre cerveza y cerveza y las interminables tardes en el hipódromo, de vez en cuando se le ocurría o le sucedía algo y lo escribía, así, como te lo explicaría a ti en un bar de Los Ángeles. Sus novelas son esencialmente  una sucesión de relatos encadenados protagonizados por un mismo personaje, normalmente Herny Chinaski, o sea él. Quizá ni siquiera pueda hablarse de novela, no hay trama, ni cruce de historias, ni estructura, es un largo relato, un río; con putas, borrachos, lecturas de poesía underground, resacas, cerveza, mujeres de todas las condiciones y de pronto (y ahí está la poesía de Bukowski) momentos de una lucidez o de un humor que desarman al lector. Todo lo demás es accesorio, es el decorado, lo importante, para lo que se escribe, es para esos momentos en que Bukowski suelta algo que es verdad y te ríes o lloras según como lo exprese. De pronto detrás de toda su brutalidad y de su olímpica desidia, se muestra humano, demasiado humano y capaz de comprender a toda la raza en su derrota, de ser su voz más cínica. Ahora me he dado cuenta, releyendo su poesía. Fuertemente narrativos, sus poemas, son historias, momentos de reflexión; sin ningún tipo de andamiaje lírico, tan desnudos que asustan, pero de pronto se incendian y se vuelven pura fuerza. Bukowski se consideraba, ante todo, un poeta y con razón. Así que rectifico mi afirmación. No sé si Charles Bukowski es buen poeta.
O un gran poeta.
No tengo ni idea. Escribía peor que muchos, eso está claro.
Y diferente a todos. Era él. Pero supongo que era un poeta necesario y eso es lo mejor que puede decirse de un poeta.
Creo. 


Os dejo un poema suyo:



Consejo amistoso a un montón de jóvenes:

Id al Tíbet
montad en camello.
leed la Biblia
teñid vuestros zapatos de azul.
dejaos la barba.
dad la vuelta al mundo en una canoa de papel
suscribios al Saturday Evening Post
Masticad sólo por el lado izquierdo de la boca
casaos con una mujer que tenga una sola pierna y afeitaos con navaja

y grabad vuestro nombre en el brazo de ella

lavaos los dientes con gasolina
dormid todo el día y trepad a los árboles por la noche.
sed monjes y bebed perdigones y cerveza.
mantened la cabeza bajo el agua y tocad el violín
bailad la danza del vientre delante de velas rosas
matad a vuestro perro
presentaos al Alcalde
vivid en un barril
partíos la cabeza con un hacha
plantad tulipanes bajo la lluvia.


Pero no escribáis poesía.


 

miércoles, 28 de diciembre de 2011

Poema de amor a una chica que hacía striptease, Charles Bukowski


hace 50 años yo miraba a las chicas
que se desnudaban y contoneaban
en el Burbank y en el Follies
y era muy deprimente
y muy dramático,
la luz iba cambiando del verde al
púrpura y al rosa
y la música era fuerte y
vibrante,
ahora estoy aquí sentado esta noche
fumando y
escuchando música
clásica
pero aún recuerdo algunos
nombres: Darlene, Candy, Jeanette
y Rosalie.

Rosalie era
la mejor, sabía cómo hacerlo
y nos revolvíamos en los asientos y
rugíamos
cuando Rosalie brindaba magia
a los solitarios
hace ya tanto tiempo.

y ahora, Rosalie,
estarás muy vieja o
muy quieta bajo
tierra,
yo soy aquel chico
con la cara llena de granos
que mentía sobre su edad
sólo para poder
verte.

eres buena, Rosalie
en 1935
suficientemente buena como para recordarte
ahora
que la luz es amarilla
y las noches son
lentas.

 Charles Bukowski

jueves, 22 de diciembre de 2011

Ave Soul, de Jorge Pimentel

Estoy buscando el poemario Ave Soul de Jorge Pimentel, de eso va este post. Así que si alguien tiene un ejemplar en casa y quiere desprenderse de él, cosa harto improbable, ruego se ponga en contacto conmigo para intentar llegar a un acuerdo.

Ave Soul es un libro casi imposible de encontrar, lo he buscando por todas partes: todas las librerías que conozco de primera y segunda mano en Barcelona y en la red. Es algo así como el libro del que muchos hablan pero muy pocos han leído. Bueno, eso era antes. Ahora nadie habla de Ave Soul, ni de Jorge Pimentel, un poco como con Roberto Arlt. Hace poco me enteré que Jorge Pimentel estaba vivo. Fue periodista. No sé de qué come ahora. Supongo que de algo que no tiene nada que ver con la poesía, como todos los poetas. Quizá esté jubilado. El caso es que fundó Hora Zero en 1970, un movimiento poético peruano que se oponía a la poesía llamada culta en aquel entonces. Partían con la ventaja que el poeta oficial de Perú, por decirlo de alguno manera, César Vallejo era mucho más moderno y menos ubicuo que los poetas oficiales de otros países. Los muchachos de Hora Zero le declararon la guerra al adjetivo y a todos los pantanos de la cursilería. Un lirismo diferente, sin atriles. Se enfrentaron con todos: con la poesía oficial, con la extrema izquierda, con los apristas. Y todos les derrotaron, por supuesto. Los horazerianos solamente militaban en la poesía.

Un momento histórico en que en Latinoamérica surgieron varios movimientos de poesía marginal que soñaban con ser los nuevos bardos de un amor reinventado. En México surgieron los infrarrealistas de Mario Santiago y Roberto Bolaño, en 1975, fuertemente inspirados en Hora Zero. Una auténtica guerrilla contra la poesía oficial encarnada por Octavio Paz y contra la poesía campesina y demas expresiones líricas de un estalinisimo aburridísimo. Una guerrilla condenada a la derrota incondicional por exterminio. A los infrarrealistas no los soportaba nadie en México, todos estaban deseando que hicieran las maletas para no volver. En Chile, más tarde, Los Náufragos. A Los Náufragos no los conoce nadie. Apenas un portal en la red dedicado a ellos, administrado por un ingeniero civil y poeta, una suerte de exégeta solitario. Ni siquiera puedo recordar ninguno de sus nombres, sí algunos versos especialmente poderosos. Con ayuda del portal de internet logré elaborar, hace unos años, una antología pirata bastante exhaustiva, que no dudé en imprimir en la oficina donde trabajaba en aquel entonces. Me quedé hasta última hora, fingiendo que trabajaba y cuando pensé que no había nadie envié el documento. Frente a la impresora, esperando que el documento llegara y se imprimiera finalmente, pasé momentos de angustia. Nada hubiera sido peor que ser descubierto por un compañero o por un superior imprimiendo poesía. Cualquier cosa: billetes de avión, fotografías dudosas, extractos bancarios, contratos de cualquier tipo, tratados sobre el futuro de la masturbación, qué sé yo, sería visto como una leve corrupción por uso de la infraestructura de la empresa para disfrute o beneficio personal, algo benigno y perfectamente tolerable. Pero poesía, cuya forma la delata, me refiero a la distribución de las palabras en el papel. Nada más sospechoso, por enigmático. Tiene que haber un motivo oculto. Qué clase de perversión, qué trastorno inexplicable alguien que utiliza infraestructuras ajenas para algo tan superfluo. La poesía levanta sospechas, para qué engañarnos. ¿De qué? De hombría, supongo. De escasa inteligencia pragmática. De tisis.

El caso es que los horazerianos, con Pimentel a la cabeza, se abrieron camino en una América Latina plagada de grandes bardos nacionales como Neruda, Octavio Paz, antes Rubén Darío. Había que matar al padre de alguna forma. Y en todo eso apareció Ave Soul y después Tromba de Agosto, también de Pimentel y que es obviamente tan difícil de encontrar o más, si cabe, que el primero. Por los pocos poemas dispersos que he encontrado por ahí parece buena mierda. Félix Grande le escribió a Pimentel al leerlo:
“¡Qué salto enorme! ¿Qué te ha pasado, muchacho? ¿La pobreza, la patria errante, la carne infinita de mujer, el odio del mundo como una niebla nauseabunda, la muerte de tu padre, el miedo? Otros, con todo eso se vuelven cínicos y viles. ¡Y tú compones AVE SOUL!. Los infrarrealistas decidieron unirse a Hora Zero, tras recibir las respuestas de un cuestionario de 10 páginas que se encargó de responder el mismo Jorge Pimentel. El día de su recepción Bolaño le respondió: "Ok. Jorge - Hora Zero ya puede contar con tres integrantes más. Bruno Montané, Mario Santiago y yo". Esta tarde daré con Bruno un recital en Barcelona, Nos presentaremos como horazerianos y leeremos cosas de todos los jóvenes poetas latinoamericanos cuyos murmullos dejen ver aunque sea un dedito de lo que será la nueva sensibilidad". Y así la historia. Los hijitos de Nicanor Parra, echados a perder en la periferia de las metrópolis latianoamericanas, en el trago de la inmigración de la pobreza europea, aplastándose el hígado con entusiasmo, emprendieron el camino de vivir la poesía. Bailar en el delirio, que diría Mario Santiago y perseguir esa poesía que es ante todo un gesto. Rimbaud en polvos azules, mezcal Los Suicidas y habitaciones cochambrosas:
VIDAS DE LOS POETAS

En la poesía no hay final feliz.
Los poetas acaban
viviendo su locura.
Y son descuartizados como reses
(sucedió con Darío).
O bien los apedrean y terminan
arrójándose al mar o con cristales
de cianuro en la boca.
O muertos de alcoholismo, drogadicción, miseria.
O lo que es peor: poetas oficiales,
amargos pobladores de un sarcófago
llamado Obras Completas.

José Emilio Pacheco

Una idea: una comunidad de compra-venta de poemarios de segunda mano, por internet por supuesto. Ya está bien de depender de las exiguas estanterías dedicadas a la poesía en las librerías, de los lamentables repertorios de las tiendas virtuales. Uno se siente como una especie de pervertido, siempre en el último rincón de las librerías, doblado sobre sí mismo, perdiendo la espalda al buscar por la W (por ejemplo William Carlos Williams). En internet en los objetos raros de ebay. ¿Es qué acaso no hay suficientes lectores de poesía en castellano para que existan librerías virtuales en condiciones? Una librería física supongo que ya sería una utopía.
La última que me viene a la cabeza es contrabandistas, traficantes de poesía. Traficantes que apenas sacan para comer con su actividad. Traficantes románticos que me traen, de madrugada en el puerto de Barcelona, ejemplares de Ave Soul y Tromba de Agosto de Jorge Pimentel y pedazos de las aceras de Lima.

jueves, 15 de diciembre de 2011

Alí-Frazier (sobre el pasto)

En los combates de boxeo que levantan mucha expectación se produce un fenómeno demasiado humano, casi bíblico: las cábalas. Todas esas predicciones acerca de como transcurrirá el combate vistas las características técnicas y físicas de X e Y. Resulta que X tiene pegada, pero Y es más técnico, sabe bailar y a medida que avance la contienda podría ir cansando a X y hacerse con la victoria, pero ay si X le alcanza sorpresivamente en el mentón. Todas las conjeturas y verdaderas arborescencias de posibilidades, algunas de tercer o cuarto grado, es decir auténticas carreteras de hipótesis concatenadas. Luego llega la realidad y se manifiesta, sin parecerse a nada. Siempre sucede algo completamente sorpresivo que desbarata todos esos magníficos edificos mentales. Hay una película sobre eso (en realidad hay una película sobre casi cualquier chorrada): La gran esperanza blanca o algo así, sobre un pringao blanco al que un negro tumba en un santiamén, tras haberse convertido en un fenómeno mediático y encabezar todas las apuestas. Ya os la he contado, así no tenéis que verla.

Dicen los expertos que en el caso de los pesos pesados si alguno de los dos recibe un golpe directo, limpio, en los primeros compases del asalto inicial le será difícil, sino imposible recuperarse. Por lo visto dada la masa de estos púgiles y la barbaridad de kilos que descargan en sus golpes, éstos, cuando llegan a la cabeza sin obstrucciones, afectan de manera especialmente grave al sistema nervioso y si el púgil que recibe el golpe está todavía frío puede que ya no se recupere en todo el combate. Algunos se aventuran a decir que incluso en toda la vida. Un golpe así fue el que recibió el Barça el pasado sábado en el Bernabéu. No había dejado de sonar la campana y ya tenía la mandíbula desmontada. Cualquiera se hubiera ido a la lona ante semejante impacto. El Barça no. Quizás el Barça sea un peso medio, más Sugar Ray que Alí, o quizás esté por encima de todas las teorias de la medicina de gimnasio. El caso es que pasó unos minutos arrinconado contra las cuerdas, por un Madrid que insistía en encerrarle sin atinar a noquearle, mientras Guardiola gritaba que hiciera el favor de salir de las cuerdas. Luego el Madrid fue retrocediendo paso a paso, a veces tenía tanta prisa por lanzar el golpe que no sabía adonde. Y el Barça secuestró el balón. A partir de ahí, aún sin funcionar a todo tren, fueron emergiendo los enanos. Y otra vez La Pulga, algo impreciso en la gambeta, delicioso en el pase, siempre hambriento a la hora de la cena. El resto es una historia de sobra conocida y escrita hasta en los lavabos de los bares de carretera.

El Barça y el Madrid han dejado de ser equipos de fútbol. Son otra cosa, religión supongo o yo que sé, cultivo de retrasados. Los verdaderos equipos de fútbol son aquellos por los que sentir pasión carece de sentido, atenta contra toda lógica pues pierden siempre. Racing de Avellaneda, Atlético de Madrid, Espanyol; esas locuras que probablemente sólo sean explicables desde la religión, una religión judeo-cristiana que sacraliza el sufrimiento como verificador de todas los placeres. Una religión de verdad y no toda esa bazofia new age del pensamiento positivo y del éxito permanente. Fe en unos inútiles. ¿Hay algo más bello? El futuro es de los ineptos, sin duda. Incluso los equipos que descienden a segunda y luego a tercera. O los equipos bolañianos que descienden luego a regional y después desaparecen: los equipos fantasma. Sombras que dejan a una panda de aficionados hablando por los bares de las glorias pasadas de equipos que ya no existen como devotos de un Dios muerto. Luego desaparecen hasta los aficionados porque nadie engaña a un niño con una sombra.

martes, 29 de marzo de 2011

Análisis del ciclo de vida de una pulsera

Cuando el gordito recibió la pulsera en la recepción del hotel de parte de una bella recepcionista y la observó en la palma de su mano pensó en una juventud llena de consignas contra las pulseras y su universo de sonrisas flácidas. Sin embargo, al mismo tiempo, no pudo evitar sentir algo parecido a la emoción en el centro de su vientre. Habían pasado 15 años de oficina, un par de ascensos anecdóticos, un divorcio, dos coches, algunas barbacoas con el jefe, un apartamento en primera línea de playa en Benidorm, un bar de citas a ciegas para cuarentones, cinco gimnasios, verdades como puños y un insomnio insufrible: el éxito, ni más ni menos. Un éxito con cierto aroma a renuncia. Una renuncia más por omisión, que por voluntad propia. Algunas elecciones que años antes habrían resultado sorprendentes, ahora parecían casi hasta naturales. Y así, el tiempo. Y la pulserita. Había algo en ella. Algo irresistible. Un plástico sin más que echaba abajo la puerta de la dicha sin fin, de un millar de diversiones, del PLACER DEFINITIVO, durante siete días, pero placer y definitivo, al fin y al cabo. En la pulserita cabía todo el optimismo del primer día. Significaba el combinado en todas partes: en la tumbona, en la piscina, en la habitación, en la playa, por supuesto en la barra; allí con los ojos cerrados y charlando de la vida con el barman. El gordito estaba sin duda ansioso por atravesar ese umbral. Pero nadie en su sano juicio cruza un océano para tomar mojitos en todas las posturas. Tenía que signficar algo más. Y así era. En la pulserita estaban contenidas todas las emociones: conocer a tipos chistosos, hacer el amor con turistas desconocidas, morirse de risa noche y día, no tener sueño, ni ganas de ir a dormir jamás, bailar hasta el amanecer, aunque el gordito odiara bailar. Incluso perder algunos kilos. Estaba preparado para pasar mucho tiempo en perfecta sintonía con la pulserita. Sólo con la pulserita. Y nada más.

A medida que pasaban los días había algo descorazonador en la estampa del gordito en bañador con su grotesca barriga, exactamente igual que el primer día, y la pulserita, cada día más precaria, alrededor de su muñeca. En toda expectativa habita la semilla de la insatisfacción, parafraseando a Marx. Apenas un trozo de plástico blando, pero cómo no se iba a esperar algo más. Sin embargo lo atroz estaba al otro lado. Era la pulserita a la que se sometía a una fatigosa maratón de experiencias, sin separarse ni un sólo instante del héroe de todas las aventuras y desventuras, en no pocas ocasiones actuando incluso como su única prenda. Algo atroz para una pulserita que, sin duda, ignoraba lo que simbolizaba.

Después de los siete días de rigor el gordito podría regresar a su ciudad de origen sin desprenderse de la pulserita, por pura inercia o por incapacidad de aceptar que las vacaciones habían terminado. Regresaría a su antigua vida con el ligero adorno en la muñeca. Una forma de integrar en su atuendo un verano memorable, espantoso o anodino, qué más da. Al tiempo la propia pulserita se deshilacharía por sí misma y daría con sus fibras en cualquier acera de una ciudad sin más. Las manos de algún niño observador o la mandíbula de un perro. También podría, el gordito, desprenderse de la pulserita en el mismo hotel, antes de abandonar la habitación y dejarla sobre la mesilla de noche, en señal de leve protesta contra una publicidad no engañosa, pero quizás sí exagerada. En ese caso, la pulserita, se reuniría con otras tantas pulseras rotas por la mitad, en un contenedor donde poner en común sus vidas breves. Finalmente todas acabarían apelotonadas en un vertedero, desprendiendo metano, o en una planta de reciclaje de plásticos, según el país en que se encuentren.

miércoles, 16 de marzo de 2011

15/11/2005

Por alguna razón que desconozco todos los hombres de entre 20 y 35 años escriben la misma primera novela. La novela que rompió moldes con Henry Miller, que resultaba creíble con Bukowski y que ahora hemos leído demasiadas veces. Los cuentos de Bukowski son auténticos, sus novelas algo cargantes. Su poesía es infumable. Una novela, que podríamos llamar iniciática, en que el mundo entero orbita alrededor de la polla de su autor, todo bien pertrechado con seudónimos y alguna que otra invención que haga el conjunto todavía más escandaloso. La vida misma. Y alrededor de su intelecto, morfológicamente distinto de su polla, pero esencialmente igual. En definitiva, escritores que se precipitan unos detrás de otros por la grieta que abrió Céline, con la salvedad de que Céline tenía más talento que todos ellos juntos y algo todavía más importante, aunque fuera un canalla: Céline tenía una visión del mundo y una visión acerca del ser humano. Miller tenía una visión del mundo. Bukowski cuando estaba sobrio supongo que también tenía una, quizás al revés. Irvine Welsh tiene una visión del mundo. Kennedy Toole tenía sentido del humor. La única vez que intenté leer a Palahniuk no pude pasar de la mitad del libro. Todavía no lo he devuelto. No hay nada peor que robar algo que te parece espantoso. Es como reconocer tu adicción.
En ausencia de una visión del mundo, de algo que decir acerca del ser humano, todo se convierte en una interminable letanía de polvos sórdidos, drogas cortadas, fracasos, agujeros y pozos, desencuentros; una estética bastante trillada de la que aprendes mucho más con un boxeador caído en la lona o con el vagabundo que duerme en un cajero que resulta que antes fue un exitoso ejecutivo. Decía Borges que los temas desde los griegos son 4 o 5 y es cierto. La derrota es uno de ellos, eso está claro, y probablemente la victoria no. La victoria está sentada en despachos en lo alto de los rascacielos y la literatura siempre sube por las escaleras, así que es imposible que llegue al piso 63 sin echar antes los pulmones por la boca y morirse en el rellano. Otra cosa es sacralizar la derrota hasta convertir en cómico lo que debería ser trágico y vice-versa. Lo tragicómico ha sido barrido por lo políticamente correcto. En realidad todo es mucho más anodino y la indiferencia prevalece. La literatura no es más que eso: hablar de lo universal a través de lo particular. Parece que hay algunos que consideran que las vicisitudes de su rabo son un tema suficientemente interesante para los demás como para escribir un libro describiendo pormenorizadamente cuando lo sacan a pasear, vender y además ser encumbrados como la nueva voz de una generación desnortada. ¿Qué coño es todo esto? Otros sencillamente creen que su miembro es un tema universal. Así, a palo seco.
Por esa grieta que abrió Céline con Voyage au bout de la nuit caminan cientos de aspirantes a narradores y poetas generacionales. La escena se parece un poco a Las Ramblas a las 2 de la mañana, no sólo por la densidad humana, sino también por el nivel creativo. Todos hacen y buscan lo mismo y encima esta vez ni siquiera podemos decir que nos han obligado: lo elegimos nosotros. La mejor manera de sobrevivir, como escritor joven, a semejante avalancha, es hacer lo que hacen los habitantes de Barcelona por la noche con el célebre paseo: utilizarlo como calle de paso. Cruzarlo de lado a lado cuando se va del Barrio Gótico al Raval, o al revés, depende de a donde se quiera llegar. Entre tanta sordidez casi no queda oxígeno. La vida está en otra parte. Quizás sale en un autobús nocturno, mientras tú compras chocolatinas en una máquina de la estación, que apenas es una lamentable marquesina. Has vuelto a perderla.

viernes, 11 de marzo de 2011

Primer círculo: "I AM WHAT I AM"

“I AM WHAT I AM”. Esta es la última oferta del marketing al mundo, el último estadio de la evolución publicitaria, adelante, tan por delante de todas las exhortaciones a ser diferente, a ser uno‐mismo y a beber Pepsi. Decenas de conceptos para llegar ahí, a la pura tautología. YO=YO. Él corre sobre una cinta transportadora ante el espejo de su gimnasio. Ella regresa del curro al volante de su Smart. ¿Van a reunirse?

“JE SUIS CE QUE JE SUIS”. Mi cuerpo me pertenece. Yo soy mío, tú eres tuyo, y esto va mal. Personalización de la masa. Individualización de todas las condiciones –de vida, de trabajo, de desgracia. Esquizofrenia difusa. Depresión rampante. Atomización en finas partículas paranoicas. Histerización del contacto. Cuanto más quiero ser Yo, más tengo el sentimiento de vacío. Cuanto más me exploto más me agoto. Cuanto más corro, más fatigado estoy. Yo tengo, tú tienes, nosotros tenemos nuestro Yo como una fastidiosa taquilla. Nos hemos convertido en representantes de nosotros mismos ‐ este extraño comercio, los garantes de una personalización que tiene todo el aire, al final, de una amputación. Nosotros garantizamos hasta la ruina con una torpeza más o menos disfrazada.

Mientras tanto, yo gestiono. La búsqueda de mi Yo, mi blog, mi apartamento, las últimas tonterías de la moda, las historias de pareja, de culos…¡aquello que fabrica las prótesis necesarias para tener un Yo! Si “la sociedad” no se hubiera convertido en esta abstracción
definitiva, designaría el conjunto de los apoyos existenciales que se me tienden para permitirme ir tirando todavía, el conjunto de las dependencias que he contratado al precio de mi identidad. El minusválido es el modelo de la ciudadanía que viene. No deja de ser
premonitorio que las asociaciones que le explotan reivindiquen para él, el (papel de) “regresado a la existencia”.


"La insurrección que llega", Comité Invisible

lunes, 7 de marzo de 2011

Kafka

Franz Kafka pidió en su lecho de muerte que quemaran todos sus manuscritos.
Algo asombroso,
en este oficio plagado de adictos a la posteridad.
Obviamente no le hicieron caso,
pero es un gesto insólito
- incluso insólitamente bello –
en este supermercado de ínfulas,
en este bazar del superyó
(se venden hasta las estanterías),
donde la poesía es tan escasa
como innecesaria.
¿A quién coño le importa la literatura?

domingo, 6 de marzo de 2011

Shakespeare and Company

George Whitman debía tener 80 años
cuando nos echó a patadas de la librería
Shakespeare & Company,
gritando:
"¡No sois nada,
yo también he escrito muchas cartas de amor
y no por eso soy poeta!"
Teníamos 19
y París se nos escapaba entre las manos.

Los poetas adolescentes sufren muchísimo.
Algunas veces como cobayas,
otras como perros abandonados
al principio del verano.

miércoles, 23 de febrero de 2011

Los pueblos árabes

Tengo medio paquete de arroz, algunas setas,
un dolor de cabeza terrible y una antología de José Emilio Pacheco.
Pase lo que pase, mañana será otro día.
Resulta tan obvio que da hasta risa escribirlo.
Ceno delante del televisor:
primero Túnez, después Egipto, ahora Libia.
Veo un desfile de corbatas rectificando posturas
y pienso: te han secuestrado a Europa.
Mastico arroz en silencio y me digo:
quizás sea verdad eso de que la historia la hacen los pueblos.

lunes, 21 de febrero de 2011

Vida de Arthur Rimbaud


Jean-Nicolas-Arthur Rimbaud nació el 20 de octubre de 1952, en la pequeña y aburrida Charlerville. Su madre era Vitalie Cuif, – hija de unos propietarios rurales – una mujer severa e intransigente. Su padre, Fréderic Rimbaud, oficial del Regimiento nº 47, de guarnición de Mézières, la ciudad vecina. Se conocieron durante un concierto que daba el Regimiento, en la plaza de la estación. Ambiente que sirvió a Arthur Rimbaud (a partir de ahora A.R.) para uno de sus primeros poemas: A la musique. A.R. era el segundo de 4 hermanos: Fréderic (1951), Vitalie (1956) y Isabelle (1958).

A.R. estudió, junto a su hermano Fréderic, en el Liceo Rossat, escuela frecuentada por la alta burguesía. Desde el principio ocupó el primer lugar de la clase en todas las materias, puesto que no abandonó mientras duraron sus estudios. Era un alumno dócil y querido por todos sus maestros. Su familia se trasladó a una junto a un río. El río se convirtió en el centro de todas sus diversiones. Pasaba la mayor parte del tiempo echado en una barca leyendo poemas.

Georges Izambard, un joven dinámico e independiente, ingresó como nuevo maestro de la escuela. Pronto descubre a A.R. y A.R., a través de Izambard, a Victor Hugo. Hecho que provoca las iras de su madre, que considera que los Miserables no es una lectura apropiada para un muchacho de su edad. A.R. tiene 16 años y empieza a escribir sus primeros poemas. Es 1968, París está a punto de arder bajo las llamas de una nueva revolución juvenil y A.R. no tiene dinero pero decide ir a París como sea. Consigue ir en autoestop hasta Saint Quentin, una vez allí piensa que si sube a un tren logrará burlar la vigilancia y llegar hasta París. En la Gare du Nord es detenido y conducido en primer lugar a la Prefectura y a continuación a la cárcel de Mazas. Desde su celda consigue contactar con Izambard y éste acude a rescatarle. Una vez libre ronda por las calles de París sin un céntimo, leyendo libros de historia y política: Pierre-Joseph Proudhon, Louis Blanc, Mijail Bakunin, Piotr Kropotkin. No habla con nadie de arte, ni de literatura; su única preocupación es la comida. André Gill, un dibujante, le acoge en su estudio. Por esa época escribe: “París es sólo un estómago”. Deja crecer su pelo rizado, porque ha decidido hacerse poeta maldito.

Llega mayo y estalla la revolución. A.R. subido a una farola del barrio latino grita a todo pulmón: “¡Hemos vencido al orden!”. Participa en algunas publicaciones estudiantiles de Nanterre y la Sorbonne, pero al enterarse que han ocupado el Teatro del Odeón corre a unirse a la ocupación. Es bien recibido por los estudiantes y obreros, aunque él en realidad no es ninguna de las dos cosas. Compone himnos revolucionarios y llega incluso a escribir una constitución comunista. A los ocho días decide abandonar el Teatro del Odeón, desalentado por la suciedad y la vulgaridad de muchos de sus compañeros. En su poema La Coeur volé escribe: “han robado su ideal y le han hecho servir de payaso”.

Sintiéndose solo y desmoralizado en mitad de la algarabía parisina que, en su opinión, carece de significado real escribe una carta a su amigo Paul Demeny. En ella afirma que el poeta no ha de ser un artista, sino un verdadero vidente. La poesía no es el cielo azul, sino el abismo sin fondo de lo desconocido. En sus propias palabras el poeta debe convertirse en el “gran enfermo, el gran criminal, el gran maldito y el sabio supremo”. Gracias a un amigo de Izambard conoce a su admirado Paul Verlaine, que es el único poeta que puede comprenderle. Hacen el amor por primera vez en uno de los lavabos públicos de la Gare de Austerlitz. Paul Verlaine tiene 26 años y está casado con Mathilde Mauté. A.R. sigue teniendo 16 años.

Con el tiempo a la esposa de Verlaine le resulta insoportable la amistad de éste con A.R. A.R. es rápidamente apartado del grupo de intelectuales que rodean a Verlaine, ya que falta al respeto de forma ostentosa, llegando al insulto, a todos y cada uno de ellos. Es su momento supremo. El adolescente se ha convertido en un genio voyant y por esa época escribe su obra maestra: Bonne pensée du matin. En París solo le quedan sus amigos Gavroche y Richepin con quienes se reúne a menudo en lo que llaman la Academia del LSD. Decide huir.

Acude a casa de Verlaine dispuesto a suicidarse pero éste le convence para que vayan juntos a Bélgica. Más adelante se embarcan a Dover. Es la primera vez que A.R. ve el mar. Se instalan en Londres. Verlaine vuelve junto a su mujer, ante el terror que le produce no volver a ver a su hijo. A.R. vuelve con su familia, al quedarse sin fondos. No soportan la vida separados, así que deciden encontrarse de nuevo en Londres. Intentan organizar lo que A.R. llama una “economía positiva”. Ponen anuncios en el Times y consiguen algún alumno de francés. Ambos están al límite de su cordura. Sus nervios se tensan, rozando la esquizofrenia. Verlaine se traslada a Bruselas, donde se encuentra con su madre. A.R. le sigue. En una habitación de hotel los tres tienen una discusión, que termina con Verlaine hiriendo de varios tiros a A.R. en un brazo, de lo que se arrepiente de inmediato, acompañándole al hospital. Al regresar al hotel la discusión continúa, A.R. llama a la policía y Verlaine es condenado a 2 años de cárcel.

En esa época, completamente hundido, escribe Une saison en enfer, la novela romántica más sorprendente que se ha escrito hasta ahora. La obra empieza con estas elocuentes palabras: “En otro tiempo, si mal no recuerdo, mi vida era un festín en el que se abrían todos los corazones y en el que se derramaban todos los vinos”. Nadie quiere ayudarle a lanzar su libro. Viaja de nuevo a Inglaterra en primavera y escribe Illuminations. Desde Londres, sin soportar la soledad, lanza una llamada de auxilio a su madre y a su hermana que acuden a reunirse con él. Pasan un mes juntos, como auténticos turistas y en Navidades regresan a Charleville. A.R. tiene 20 años y no vuelve a escribir poesía nunca más. Tras 4 intensos años el poeta ha muerto.

El resto de su vida es un peregrinar incansable en busca de un lugar en el que establecerse. Se va a Alemania, pasa a Italia andando, regresa a su ciudad natal en innumerables ocasiones. Viaja a El Cairo, le vende un contingente de armas a un reyezuelo africano. Finalmente se establece como un exitoso comerciante de dudosa moralidad en África, con los regímenes títere de las potencias occidentales surgidos tras la descolonización del continente negro. Quienes le trataron en esos días dicen que no quería saber nada de la poesía, la consideraba una locura transitoria que le infectó durante la juventud y que, afortunadamente, la madurez había extirpado de cuajo. Era un comerciante ejemplar, según sus proveedores. Jamás se retrasó en un pago. No soportaba la impuntualidad, ni, como es natural, el impago. Pese a lo mucho que se ha escrito al respecto, no hay indicios que le relacionen con el tráfico de drogas. Regresa a Francia en febrero de 1989. Tiene un tumor canceroso, de origen reumático y sifilítico en la rodilla izquierda que avanza de manera imparable. Le ingresan en el hospital de Marsella. Su hermana se consagra enteramente a su cuidado. El 10 de noviembre de 1989 muere, veinte días después de cumplir 37 años. Murió en el más estricto respeto a los principios religiosos, por ello, sus restos descansan en el cementerio católico de Marsella.

viernes, 14 de enero de 2011

La Teoría de los estratos horizontales

La Teoría de los estratos horizontales, enunciada por Ernesto Sábato en 1948 en su célebre novela El Túnel a través de los pensamientos de su protagonista, el pintor homicida Juan Pablo Castel, no es más que la formalización de algo que cualquier persona inteligente es capaz de intuir. En definitiva, una explicación elegante a la fenomenología de encuentros aparentemente casuales que algunos seres humanos superficiales creen producto del azar:

“Existen en la sociedad estratos horizontales formados por las personas de gustos semejantes, y en estos estratos los encuentros casuales (?) no son raros, sobre todo cuando la causa de la estratificación es alguna característica de minorías. Me ha sucedido encontrar una persona en un barrio de Berlín, luego en un pequeño lugar casi desconocido de Italia y, finalmente, en una librería de Buenos Aires. ¿Es razonable atribuir al azar estos encuentros repetidos? Pero estoy diciendo una trivialidad: lo sabe cualquier persona aficionada a la música, al esperanto, al espiritismo”.
El matemático ruso Andréi Kolmogórov escribió o dijo una vez, no sé con certeza como lo expresó, que el azar es la medida de nuestra ignorancia. La reflexión de Sábato no se aleja demasiado de esa premisa. Perseverando en esa dirección podríamos concluir que los encuentros entre las personas, y ahora me refiero a los encuentros en general más allá de si existen aficiones compartidas o no, no son producto del azar, otra cosa es que no sepamos explicarlos. Existe una probabilidad asociada a cada encuentro que tiene lugar en el mundo en este momento y, obviamente, también para cada uno de aquellos que nunca llegan a concretarse. De alguna manera, los encuentros entre personas son como los choques entre átomos: el reino de la incertidumbre solo nos permite acercarnos hasta un porcentaje de posibilidades, es imposible predecir con toda seguridad si un choque sucederá o no, pero afirmar que son capricho del azar es negar que exista una explicación a lo desconocido, y que seguirá existiendo aunque el mecanismo en cuestión trascienda siempre a nuestra comprensión. Afortunadamente las personas somos mucho más complejas que los átomos, contamos con voluntad propia, o al menos eso creemos. De todas formas, lo esencial es que por fin se ha terminado el aburrido engranaje del determinismo y no regresará: ya no es posible calcular el futuro. La idea de destino sigue en pie, ahora es incluso mucho más sugerente que cuando se trataba de una simple línea recta hacia el horizonte: es un océano de nodos. Todo indica que el futuro será todavía más fragmentario que el presente.

jueves, 6 de enero de 2011

2. Shadow y su novela-laberinto

Shadow anota en un cuaderno todos los aspectos teóricos que, a su entender, constituyen los fundamentos ideológicos de la novela-laberinto. El cuaderno empieza con anotaciones relativas a cuestiones formales y desde el reverso hacia el interior se recogen sus ideas acerca de los temas. Obviamente llegará un momento en que, pese a tratarse de un cuaderno extenso, ambas cuestiones se encuentren sin páginas para seguir desarrollándose, sin ocultarse. Shadow sabe de sobra que la eterna discusión de fondo y forma es un debate liquidado desde hace tiempo para los lectores audaces, que son, naturalmente, los únicos que le interesan. Por eso mismo, no le inquieta demasiado esa pequeña colisión de palabras que, previsiblemente, se dará en su cuaderno. Es cierto, que dividir los dos aspectos no es la manera más coherente con sus pensamientos de ordenar las notas, pero ya pensará en una ordenación adecuada más adelante. Su forma de trabajar es elaborar en el ordenador su novela-laberinto, tarea que requiere de escritura literaria y de programación informática en proporciones más o menos parecidas, a la vez que anota a mano, en el cuaderno, sus reflexiones teóricas. Quizás, con el paso de los días, consiga desarrollar al mismo tiempo que la novela-laberinto un ensayo que podría titular Teoría de la novela-laberinto o para utilizar algo más acorde a la nomenclatura actual Makin off de la novela-laberinto. Con suerte, podría tratarse de un libro de obligada lectura en alguna asignatura troncal de La Universidad Desconocida. Sus últimas anotaciones en el cuaderno tratan sobre asuntos de fondo:

Lo autobiográfico. ¿Es un libro autobiográfico? Pregunta el entrevistador al escritor de turno, en un plató de televisión que podría estar situado en cualquier lugar del mundo, si en cualquier lugar del mundo hubiera programas de televisión dedicados a la literatura. Todos los libros son autobiográficos, reza el karma popular. Todos hemos asumido esa respuesta como una suerte de verdad irrefutable. Hay quien considera que ante tal panorama las autobiografías carecen de sentido. Podría ser cierto. Nada que objetar. Sin embargo, ¿qué es lo autobiográfico? La mayoría de las personas tienden a pensar que lo autobiográfico se compone únicamente de lo vivido, desde una noción física de la experiencia. Así, se trataría tan solo de una delgada línea de acontecimientos, trazada en un mar de posibilidades, probables o remotas, decisiones que fueron desechadas, voluntariamente o no, y demás vicisitudes que por una u otra razón nunca tuvieron lugar. Afortunadamente en literatura, lo autobiográfico es un concepto mucho menos claustrofóbico. Todo lo que haya sucedido, pudiera haber sucedido o sea imaginable por alguien y ése alguien sea capaz de convertirlo en lenguaje, constituye experiencia de la palabra. En literatura, más que en ningún otro lugar, se impone como una verdad liberadora la proposición 5.6 del Tractatus lógico-philosophicus de Ludwig Wittgenstein: Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo. El escritor vive en sus palabras, todo lo que escribe, sobra aclarar si ficticio o no, pasa inmediatamente a formar parte de su biografía. Igualmente todo lo que lee de sus maestros, y aquí hay que incluir también a todos aquellos lectores que sienten un amor sincero por la literatura, más allá de que escriban o no, también se inscribe de manera indeleble en la dermis de sus vivencias. Por esa razón, intentar discernir en un texto lo que forma parte de la propia experiencia del autor y lo que es ficticio es una tarea tan estéril, como absurda. Esa subespecie de críticos literarios y de biógrafos de escritores que malgastan su tiempo averiguando que porción de lo escrito, el autor efectivamente vivió, físicamente, y que porción imaginó, nadan contra el torrente de la literatura y probablemente morirán ahogados.

Lo multidisciplinar. Las fronteras entre disciplinas artísticas se diluyen en la actualidad irremediablemente o, lo que es lo mismo, cada vez hay más artistas de frontera. Lo que a todas luces era una sinrazón: constreñir la voz a un canal, a veces insuficiente, para expresar lo que alguien necesitaba expresar está, por fin, en vías de desaparición. Sin embargo, ahora es preciso acabar de una vez por todas con La Gran Zanja. Esa zanja que separa de manera ficticia las ciencias y las letras. Esta frontera que pretende dividir las disciplinas en áreas de conocimiento establecidas como islas inexpugnables y que, en muchas ocasiones, ha supuesto un obstáculo insalvable también para las personas, es uno de los peores legados que la sacralización de la especialización extrema ha dejado a nuestros tiempos. En nuestros días, afortunadamente son muchos los que han conseguido franquear la muralla. Jean-Luc Godard ha burlado a los policías fronterizos en infinidad de ocasiones, por poner un ejemplo. Llegó a mis manos, por puro azar, en una librería del East Village una novela de un escritor español, físico de formación, cuya trama, primitivamente reticular, era un delicioso cóctel de paisajes desoladores, personajes de lo más outsider y fragmentos de textos científicos. Seguir discutiendo hoy acerca de si existen temas literarios y temas no literarios sería burlarse del lector inteligente. Toda historia es potencialmente literatura, solo depende en manos de quien caiga y de la pericia que tenga para convertir esa historia en bruto en literatura. Así los átomos o un boxeador alcohólico que vaga por las calles de Dublín. Por alguna extraña razón los escritores sufrimos la incurable obsesión de soñar con terminar nuestra novela definitiva en una habitación destartalada de un hostal de París y cosas por el estilo. Supongo que es parte de la historia de los dos últimos siglos. Es difícil librarse de ese peso, pero al mismo nunca había sido tan necesario establecer puentes. La frontera entre lo científico y lo artístico debe ser saboteada hasta hacerla desaparecer por completo. Para ello son necesarias acciones que trastornen completamente el orden actual de las cosas. Por qué no jugar a narrar la ciencia y a enunciar la literatura. La mayor parte de la gente se deja engañar por el canal, sin contrastar si el contenido es verosímil. La televisión es el ejemplo más claro de ello, el falso documental solo lo ha explotado artísticamente. Se podrían enunciar reflexiones o situaciones de personajes literarios o cinematográficos, utilizando el lenguaje científico y transformar, a través del canal, verdades subjetivas en objetivas. El único propósito es, obviamente, causar el desconcierto general y que algunos descubran, de pronto, que están al otro lado, que cruzaron la frontera por la noche, sin darse cuenta. Así, hasta que La Gran Zanja desaparezca definitivamente.

Lo reciclado. Los personajes no pertenecen a aquellos que los crearon o al menos no toda su vida, solo el trayecto que ha sido narrado de ella ¿Por qué no escribir acerca de quien fue Gregorio Samsa antes de convertirse en un escarabajo? ¿Qué clase de adulto fue Holden Caulfield, después de las aventuras que narró Salinger? Reutilizar personajes que han sido creados anteriormente por los maestros no es un hurto, como a veces se da entender, sino un homenaje y un ejercicio tan necesario, como estimulante. En algún lugar existe uno o varios mundos donde Horacio Oliveira y Arturo Belano beben juntos, mientras Ferdinand Bardamu se ríe del capullo de Ignatius Reilly. Tomar prestado alguno de ellos es una forma ineludible de seguir avanzando hacia el objetivo de la novela-laberinto, la novela circular, que se erige como una brújula para perderse en un universo de múltiples conexiones referenciales con la literatura. De la misma manera, este reciclaje creativo incluye no solo personajes, sino también situaciones o incluso fragmentos de textos ajenos cuidadosamente seleccionados para expresar algo, por separado o conjuntamente. En definitiva, esta noción de reciclaje lleva más allá aquello que la cita o la paráfrasis constructiva ya anticipaban.
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Está anocheciendo en Tucson. Shadow vive en un edificio de apartamentos en un suburbio, apenas conoce a sus nuevos vecinos y, seguramente, ellos tampoco han reparado en su presencia. Es viernes, aunque podría ser lunes.