domingo, 15 de abril de 2012

El pensamiento de mediodía (La pensée du midi) - A. Camus

Uno de mis libros de pensamiento favoritos es el "El hombre rebelde" de Albert Camus. Uno de mis pensadores favoritos es Albert Camus. Hace unos dos años "El mito de Sísifo" fue un golpe. En mi adolescencia "El extranjero" fue un golpe. "El hombre rebelde", hace un año, fue un huracán de lucidez. Creo que muchas de sus tesis siguen vigentes y sirven para analizar la historia y el presente de la rebelión humana y de las revoluciones inspiradas por ella. Su visión de las dos almas de Europa: germánica y mediterránea, es más actual que nunca. Este fragmento, de la parte titulada "El pensamiento de mediodía" es un magnífico ejemplo de la mirada filosófica y poética de Albert Camus.

La historia de la Primera Internacional, en la que el socialismo alemán lucha sin descanso contra el pensamiento libertario de los franceses, los españoles y los italianos, es la historia de las luchas contra la ideología alemana y el espíritu mediterráneo. La comuna contra el Estado, la sociedad concreta contra la sociedad absolutista, la libertad reflexiva contra la tiranía racional, el individualismo altruista, en fin, contra la colonización de las masas, son, por lo tanto, las antinomias que ponen de manifiesto, una vez más, la larga confrontación entre la mesura y la desmesura que anima a la historia de Occidente desde el mundo antiguo. El conflicto profundo de este siglo no se establece, quizás, entre las ideologías alemanas de la historia y la política cristiana, que en cierta manera son cómplices, tanto como entre los sueños alemanes y la tradición mediterránea, las violencias de la eterna adolescencia y la fuerza viril, la nostalgia exagerada por el conocimiento y los libros y el coraje endurecido y aclarado en el curso de la vida; en fin, entre la historia y la naturaleza. Pero la ideología alemana es en esto una heredera. En ella terminan veinte siglos de una vana lucha contra la naturaleza en nombre de un dios histórico primeramente y de la historia divinizada luego. El cristianismo no ha podido conquistar, sin duda, su catolicidad sino asimilando todo lo que podía del pensamiento griego. Pero cuando la Iglesia disipó su herencia mediterránea hizo hincapié en la historia en perjuicio de la naturaleza, hizo triunfar lo gótico sobre lo romántico y, destruyendo un límite en sí misma, reclamó cada vez más el poder temporal y el dinamismo histórico. La naturaleza que deja de ser objeto de contemplación y admiración no puede ser ya luego sino la materia de una acción que aspira a transformarla. Estas tendencias, y no las nociones de mediación que habrían dado al cristianismo su verdadera fuerza, triunfan en los tiempos modernos, y contra el cristianismo mismo, en virtud de una justa reversión de las cosas. Si en efecto, Dios es expulsado de este universo histórico, nace la ideología alemana, en la que la acción no es ya perfeccionamiento sino pura conquista, es decir, tiranía.
Pero el absolutismo histórico, a pesar de sus triunfos nunca ha dejado de tropezar con una exigencia invencible de la naturaleza humana cuyo secreto guarda el Mediterráneo, donde la inteligencia es hermana de la dura luz. Los pensamientos rebeldes, los de la Comuna o del sindicalismo revolucionario, no han dejado de negar esta exigencia tanto frente al nihilismo burgués como al socialismo cesáreo. El pensamiento autoritario, al favor de tres guerras y gracias a la destrucción física de un grupo selecto de rebeldes, ha sumergido esta tradición literaria. Pero esta pobre victoria es provisional y el combate continúa. Europa no ha existido nunca sino en esta lucha entre el mediodía y la medianoche. No se ha degradado sino al abandonar esta lucha, al eclipsar el día con la noche. La destrucción de este equilibrio produce actualmente sus frutos más bellos. Privados de nuestras mediaciones, desterrados de la belleza natural, nos hallamos de nuevo en el mundo del Antiguo Testamento, arrinconados entre unos Faraones crueles y un cielo implacable.
En la miseria común renace la vieja exigencia; la naturaleza vuelve a alzarse ante la historia. Claro está que no se trata de despreciar nada, ni de ensalzar a una civilización contra otra, sino decir simplemente que hay un pensamiento del cual el mundo actual no podrá prescindir ya mucho tiempo. Hay, ciertamente, en el pueblo ruso algo capaz de dar a Europa una fuerza de sacrificio, y en América un poder de construcción necesario. Pero la juventud del mando sigue encontrándose alrededor de las mismas costas. Precipitados en la innoble Europa donde muere, privada de belleza y amistad, la más orgullosa de las razas, nosotros, los mediterráneos, seguimos viviendo de la misma luz. En plena noche europea, el pensamiento solar, la civilización de doble rostro, espera su aurora. Pero ilumina ya los caminos del verdadero dominio.