martes, 26 de junio de 2012

València, de Salvador Iborra

Hace algo menos de un año mataron en las calles de Barcelona al poeta valenciano Salvador Iborra. Tenía 33 años. El motivo fue una discusión a las seis de la madrugada por una bicicleta robada. Iborra, tras dar algunas vueltas por el barrio Gótico, donde vivía, encontró delante de su casa a los ladrones con la bicicleta. Eso dio pie a una discusión y los ladrones le cortaron el cuello de un navajazo. Estuvo un rato ahí, tirado en la calle, y cuando alguien llamó a la ambulancia ya era demasiado tarde. El caso salió en todos los medios, adquiriendo una cierta notoriedad entre los habitantes de la ciudad. Hasta tres personas que, con toda seguridad, no leen poesía me dijeron: han asesinado a un poeta. No dijeron: han asesinado a un hombre. Supongo que eso hizo que volviera a pensar en la fascinación que nos provocan los poetas asesinados, ese mito subterráneo que como el del poeta suicida está presente de alguna forma en nosotros. En primer lugar fue eso lo que hizo que me interesara en Salvador Iborra. A continuación, leyendo las noticias en los periódicos descubrí que Iborra adoraba al poeta catalán Gabriel Ferrater (a su vez poeta suicida. Se podría decir que su sucidio, como su poesía, fue un elogio a la precisión) y, en aquellos días en que leía con verdadera pasión Les dones i els dies (poemario de vida de Ferrater), me sentí extrañamente hermanado con el poeta asesinado. Dos ferraterianos en medio de la multitud ágrafa: él en la Academia (tenía una tesis sobre el tema), yo en la desolación de la oficina.  

Salvador Iborra escribía en catalán. Cuando lo mataron había escrito tres poemarios: Un llençol per embrutar (Una sábana para manchar), Les entranyes del foc (Las entrañas del fuego) y Els cossos oblidats (Los cuerpos olvidados), título ferrateriano donde los haya. Sus libros son casi imposibles de encontrar, como los de cualquier poeta joven. Solamente he podido conseguir  Els cossos oblidats. El libro está lleno de aciertos. A mi entender el principal hallazgo es una poesía inusualmente madura con una fuerte pulsión narrativa. En Els cossos oblidats hay amores perdidos, escenas de deseo, cuerpos temblorosos, ciudades y sus calles y una juventud ardiendo en la que no hay tiempo ni lugar para heroísmos. Seguramente se pueden encontrar poemas mucho mejores que València, pero entendí o creí entender perfectamente a Iborra después de leer este poema (abajo podéis leerlo en el catalán original y pobremente traducido al castellano). Intuyo que a Salvador Iborra le entristecía ver a su ciudad convertida en un esperpento. Una Valencia repleta de mafiosos rusos que lloran por el alma eslava en los amaneceres del Mediterráneo mientras sostienen una copa de vodka, rodeados de gorilas que no entienden nada. Una Valencia llena de proxenetas industriales que en su tiempo libre montan partidos de ultraderecha y se codean con dudosos empresarios de seguridad (¿Mamporros S.A.?) y de políticos con dientes resplandecientes y bronceados perennes; políticos hiperexcitados y festivos, inauguradores apasionados que ante el jolgorio creyeron que la vida era una mascletá sin fin y que en un exceso poético proclaman ahora que la paella somos todos. Una Valencia irreconocible que se ha convertido en un ejemplo paradigmático de lo que fuimos hace muy poco y de lo que en realidad seguimos siendo. Bueno, de lo que son algunos; sí, muchos, pero no todos. Salvador Iborra no vio un duro en los Felices Años y otros tampoco. En todo caso, pienso en Salvador y en su vida en el Barrio Gótico de Barcelona. Pobre y feliz, como seguramente sólo saben serlo los poetas jóvenes, pero cargando en silencio con una ciudad, tal vez con dos: Valencia y Barcelona.   



València

Interrogant ànimes infernades.
AUSIÀS MARCH

Quan et rompen a cops de vergonya el paisatge.
PONÇ PONS

Aquesta ciutat irrevocable on cada dia em desperte,
aquesta ciutat incrèdula on habiten malalalts incurables,
on m'alce cada matí per provar d'entendre maldestre
quina cosa ha de ser la vida. Ciutat d'amistats difícils,
de paciència callada i d'emocions salvatges sense públic,
aquesta ciutat que em va veure nàixer, indret amarg
de llengua i cultura catalanes encara, controvertida pàtria
que molts voldríen abandonar per sempre, lassos
de tanta ignomínia, de viure silenciosament entre cadenes.
Aquesta ciutat sense nissaga, camí de capvespres
entre parets pelades d'edificis eternement caient-se,
dels últims raig de llum que el nostre ull perdonar.
Ací, d'on els forasters i els patricis en trauen l'hàbit
d'enriquir-se, em ve aquesta nit la necessitat d'escriure.
Avui vull recórre-la per tota la seua bruta amplària,
ciutat meua, de llengua i música prohibides, sort de carrers
que ni amb els segles cicatritzaran les seues ferides,
ciutat d'un poble que amb la vanitat li han tret l'orgull,
que reposa sobre el pit d'aquells que se l'estimen.
València, pas sinuós de cadàvers que no tenen sexe,
cau de leprosos de l'ànima, carn a si mateix devorant-se,
patrona d'homes bondadosos que no aniran a l'escola,
desert literari abatut i ple de nostàlgia pels nostres majors,
Estellés, Fuster, Valor, Guarner que en temps passats
açò era un lloc d'esperança, ara aterren avions i ja no
es llegeixen llibres. Es contreuen ferotges els suburbis,
falsos discursos envilegen la nostra antiga cultura;
és impossible evadir-se, on està el record d'aquesta terra?
No sabeu com de profundament admire els que hi romanen,
els que porten dins seu l'infern i encara saben riure,
actors coronats que no apareixen mai en els llibres,
els que escriuen a les fosques, els que s'esforcen,
ells em són la pàtria, ells em són la força amb el seu
batre d'ales impossible entre la infantesa i els no-resos,
custodis encara dels carrers de València, senzills i alegres
de vegades, cercant i estimant allò que duem a dins,
aquest gran amor que creix com un dol entre nosaltres,
aquest hospici per a somnis que parla de coses possibles
que no som pelegrins del silenci i una altra ciutat podrà ser.




Valencia

Interrogando almas infernadas.
AUSIÀS MARCH
Cuando te rompen el paisaje a golpes de vergüenza.
PONÇ PONS
Esta ciudad irrevocable donde cada día me despierto,
esta ciudad incrédula donde viven enfermos incurables,
donde cada mañana me levanto para intentar entender torpemente
qué es la vida. Ciudad de amistades difíciles,
de paciencia callada y emociones salvajes sin público,
esta ciudad que me vio nacer, lugar amargo
de lengua y cultura catalanas todavía, controvertida patria
que muchos querrían abandonar para siempre, lasos
de tanta ignominia, de vivir silenciosamente entre cadenas.
Esta ciudad sin dinastía, camino de atardeceres
entre paredes desconchadas de edificios eternamente cayéndose,
de los últimos rayos de luz que nuestro ojo perdona.
Aquí, donde los forasteros y los patricios han adquirido el hábito
de enriquecerse, siento esta noche la necesidad de escribir.
Hoy quiero recorrerla por toda su sucia amplitud,
ciudad mía, de lengua y música prohibidas, suerte de las calles
cuyas heridas no cicatrizarán ni con los siglos,
ciudad de un pueblo al que con la vanidad le han quitado el orgullo,
que reposa sobre el pecho de aquellos que la aman.
Valencia, paso sinuoso de cadáveres que no tienen sexo,
zulo de leprosos del alma, carne a sí misma devorada,
patrona de hombres bondadosos que no irán a la escuela,
desierto literario abatido y lleno de nostalgia por nuestros mayores,
Estellés, Fuster, Valor, Guarner que en tiempos pasados
este era un lugar de esperanza, ahora aterrizan aviones y ya no
se leen libros. Se contraen feroces los suburbios,
falsos discursos envilecen nuestra antigua cultura;
es imposible evadirse, ¿dónde está el recuerdo de esta tierra?
No sabéis cuán profundamente admiro a los que se quedan,
a los que llevan dentro su infierno y aún saben reír,
actores coronados que no aparecen nunca en los libros,
los que escriben a oscuras, los que se esfuerzan,
ellos para mí son la patria, ellos para mí son la fuerza con su
batir de alas imposible entre la infancia y los vacíos,
guardianes aún de las calles de Valencia, sencillos y a veces
alegres, buscando y amando eso que llevamos dentro,
ese gran amor que crece entre nosotros como un duelo,
este hospicio para sueños que habla de cosas posibles
que no somos peregrinos del silencio y otra ciudad podrá ser.