sábado, 15 de diciembre de 2012

1. Una historia radicalmente concentrada de la literatura argentina: Witold Gombrowicz

El concepto de literatura nacional - dice Vila-Matas - es un concepto del siglo XIX. Con toda seguridad nadie representa mejor la extraterritorialidad, acaso el extrañamiento, en la historia móvil de literatura argentina que Witold Gombrowicz.

Gombrowicz nace en Polonia en 1904 y llega, en barco para una visita, a Buenos Aires pocos días antes de la invasión alemana de Polonia. Y ante la imposibilidad de regresar a Polonia decide quedarse allí. Lo primero que hace es ingresar en la pobreza. Al poco tiempo sus amigos de la comunidad polaca de Buenos Aires le consiguen un empleo en el Banco Polaco de Buenos Aires. Un empleo rutinario, aburridísimo; donde no quieren verle desocupado al mismo tiempo que apenas le dan nada que hacer. Es en sus ratos libres, ocultándose de su jefe, cuando escribe Transatlántico, novela autobiográfica que relata lo que acabo de resumir y otras muchas cosas, sirviéndose de una divertida parodia de la pobreza y de la comunidad polaca de Buenos Aires. El tema de la novela es el individuo frente a la nación. Y sí, lo logra: Gombrowicz desarma al nacionalismo, operando con lo absurdo, la paradoja y el humor. En los 24 años que reside en Buenos Aires nunca deja de escribir en polaco y sin embargo (caso único en la historia) ingresa en la historia de la literatura argentina. Argentina o Gombrowicz, de quién es la culpa no lo sé, pero es insólita la historia de un escritor que vive 24 años en un país escribiendo en una lengua extranjera (en polaco ni más ni menos), a la vez que es capaz de reunir a su alrededor a una pequeña legión de fieles y participar plenamente en esa llanura, en esa pampa, imaginaria donde confluyen las discusiones y las teorías, es decir: donde tiene lugar la lucha por el canon.

La historia de su primera novela: Ferdydurke, una critica devastadora al folklore, la historia y la pobre sociedad literaria polacas, escrita en 1937 y traducida colectivamente por sus discípulos en el café Rex de Buenos Aires (ni ellos sabían polaco, ni Gombrowicz apenas castellano, ¿cómo lo hicieron? nadie lo sabe a ciencia cierta), es ya mítica, como la propia obra, considerada obra maestra de un modernismo a medio camino del dadaísmo y los Hermanos Marx. Olvidada en Europa, el ajetreo del momento no dejaba tiempo para novelitas vanguardistas, y reflotada en la Argentina, donde adquirió la categoría de novela de culto, fue recibida (y sigue siendo recibida) con entusiasmo por lectores audaces y escritores indiscutibles como Ernesto Sábato, que escribió el prólogo de la 1º edición, o el mismo Piglia, que tiene una atrevida teoría sobre Gombrowicz como uno de los mejores novelistas argentinos del siglo XX.

Lo mismo que se preguntó Borges durante años, ¿cómo ser universal, sin dejar de ser argentino? ¿cómo ser universal siendo de un país desconocido, en plena periferia, como Argentina?, seguramente se lo preguntó Gombrowicz más de una vez, sin dramatismos y respondiéndose de manera hilarante. La manera más divertida (y dramática a la vez) de ser polaco y universal es ser Witold Gombrowicz.

Obviamente la posición de Gombrowicz y sus discípulos, respecto a la de Borges y sus seguidores, era marginal. Sin embargo, allí estaban: dando pelea. Creando un polo alternativo en la literatura argentina a la hegemonía de Borges, Bioy y Silvina Ocampo. Y, en este caso, el tiempo sí ha sido justo con él, y gradualmente Witold Gombrowicz ha ido ascendiendo a la respetable posición de clásico contemporáneo en Europa y en Latinoamérica. 

Cuenta también Vila-Matas (probablemente la escena sea falsa, pero qué más da) que 24 años después, cuando Gombrowicz estaba despidiéndose de sus discípulos desde lo alto de la cubierta del barco que lo iba a llevar de regreso a Europa gritó, siempre enfrentado a la noción de literatura institucional: ¡Maten a Borges! Y esas fueron las últimas palabras de Gombrowicz que llegaron a suelo argentino. En palabras del propio Vila-Matas: Sabe muy bien lo que dice, es un consejo enormemente sensato, al que no van a hacer caso sus pobres discípulos, que quedaron desolados para siempre andando por las carreteras más llanas de la Pampa.

Nunca regresa a Polonia. Se instala en Berlín y luego en el sur de Francia, donde muere. Un polaco en la literatura argentina o, como le llamaban sus discípulos, simplemente Witoldo.