miércoles, 24 de diciembre de 2014

Yuri Herrera, vocación de estilo

He escrito recientemente un artículo en Culturamas sobre Yuri Herrera, escritor mexicano que considero, en estos momentos, como uno de los mas interesantes y singulares de la literatura en lengua española. 

Podéis leerlo pinchando aquí.

domingo, 30 de noviembre de 2014

Roma Termini (15 de agosto)

Ferragosto. Roma Termini forma parte de esa constelación de estaciones y lugares variopintos que configuran mi Europa personal. Pienso ahora en la Gare du Nord y en la Gare de Austerlitz de París, en la estación Portbou-Cervère, en la Vintimiglia y, por supuesto, en la estación de Perpignan que Dalí ubicó como centro del universo. B ha tomado el tren de Barcelona a Perpignan y durante media hora ha estado dando vueltas por la estación de Perpignan y ha entendido todo lo que tenía que entender (Vagabundo en Francia y Bélgica, Roberto Bolaño). Una Europa hecha de estaciones y sus alrededores: una utopía ferroviaria o los fragmentos dispersos de una patria intelectual y definitivamente viajera. Una antipatria. O cuanto menos: una contrapatria. 

Roma Termini es una de las primeras estaciones a las que llegué, procedente de Génova, en aquel viaje iniciático a los 18 años. Ahora, más de diez años después, todo es levemente distinto. Ha cambiado la mirada. Y aun así, Roma Termini sigue siendo ese edificio horrendo - de una fealdad casi ofensiva en la ciudad de los palacios - que impregna a un barrio entero de la confusión que jamás debería abandonar a las estaciones y que parece estar en vías de desaparición en esta Europa virtual que amenaza con irse de sí misma. 

Cuaderno de un viaje infinito

jueves, 16 de octubre de 2014

La mediterraneidad (17 de agosto)

El desorden de las calles de Nápoles, el sur. Admito que me reconozco antes en el caos y la confusión de las ciudades mediterráneas que en la serenidad de algunos paisajes turquesas. Para mí la civilización mediterránea es ante todo las callejuelas de algunos barrios de Nápoles, Marsella, Orán o Barcelona. El desorden de sus mercados donde las transacciones comerciales se cierran en mitad del bullicio aparente (y no tan aparente), y no el perfecto equilibrio cromático del mar en la costa dálmata, amalfitana o balear. Aunque, en realidad, si algo es la mediterraneidad es esa contraposición, esa eterna disputa entre la armonía y el desconcierto, entre la obsesión por las proporciones y su saludable desarreglo.
Probablemente la disyuntiva entre seny y rauxa no es más que la reverberación catalana de esa dialéctica común a toda la familia mediterránea. Apolo contro Dionisio, ancora una altra volta.

Cuaderno de un viaje infinito

domingo, 7 de septiembre de 2014

Markson. El clan de los inimitables

La imitación es una costilla del arte. Hasta bien entrado el Romanticismo, ni siquiera existía una noción fuerte de autoría que descalificara como plagio lo que se consideraba un proceso de perfeccionamiento continuo mediante la copia más o menos velada. 

Hay escritores que crean escuela y hacen viajar a la literatura hacia un paisaje determinado. Otros parecen fáciles de imitar pero en realidad no lo son aunque produzcan una larga lista de epígonos. Los hay también completamente inimitables. Escritores con una obra tan personal que no se puede crear escuela a partir de ellos; con una obra que queda suspendida en el vacío, como un duelo a primera sangre con el estilo, producto de mentes delirantes. Son, a menudo, estilistas del desequilibrio que huyen de la armonía de lo clásico, tal y como lo fijó el canon del siglo XIX. Ahora se me ocurren por lo menos tres. Solamente me apetece escribir sobre David Markson.

No se puede seguir la estela de David Markson porque más allá de Markson no hay nada. Solo vacío. Markson escribe sobre el abismo, en los límites de la literatura. Su obra misma es casi el anuncio del fin de la literatura como forma de expresión. Cuando leí La amante de Wittgenstein sentí cierto vértigo, producto de la sensación de que la novela (si puede llamarse así) llega todo lo lejos que se puede llegar (como la trilogía narrativa de Becket pero utilizando otras estrategias), reduciendo lo narrativo a lo puramente sintético, sin elaboración, y dejando que funcione por simple acumulación, como partículas que van agregándose hasta formar un cuerpo sólido. Y sin embargo, hay una trama, mínima, pero una trama: el último ser humano del planeta (una mujer) se pasea por un mundo que ha sido abandonado de golpe (los coches están todavía en los avenidas y en los cruces), como si se hubiera vaciado súbitamente (nunca llegamos a saber cómo ni porqué). Y escribe. El último ser humano escribe, aunque no haya nadie para leer. Nos cuenta anécdotas de su vida cotidiana, de sus lecturas y al final el escenario real de la novela termina siendo las ruinas abandonadas (las tangibles y las intangibles) de la cultura occidental (Homero, los textos clásicos, Rembrandt,..). La protagonista (una pintora que ha vivido en los mejores museos del mundo, que se ha calentado en hogueras con los cuadros de los grandes maestros) le obsesionan las vidas de los artistas, en muchos casos aspectos triviales de sus vidas y las reflexiones existenciales que se desprenden en muchos casos no de las propias vidas sino de su formulación. Y el aspecto definitivo es que la novela está escrita en frases sueltas. Frase (o dos frases), enter y cambio de párrafo. Esto provoca un permanente volver a empezar, un permanente contener la respiración más veces de lo que cualquier lector cree que puede aguantar. Como si la novela, insisto, estuviera construida por medio de una simplificación radical del mecanismo narrativo: la acumulación, en este caso sin tratamiento, sin disimulo, con las cuerdas al aire. 

En una ocasión Turner se hizo amarrar al mástil de un barco varias horas, durante una tremenda tormenta, para poder más tarde pintar la tormenta.
Obviamente, no era la tormenta en sí lo que Turner tenía intención de pintar. Lo que pretendía pintar era una representación de la tormenta.
He descubierto que el propio lenguaje suele ser impreciso en este punto.

En este escenario postapocalíptico donde el lenguaje o lo narrativo son puestos en cuestión, donde el dramatismo ha sido superado por una perplejidad blanca, hay a menudo un espacio para el humor o para lo absurdo o para esa región inhóspita en que la extrañeza y el humor se dan la mano, y el lector, desconcertado, no sabe si el autor propone la risa o el asombro. La escritura vanguardista de Markson no marca un camino (seguirlo sería suicidarse); abre un tajo en nuestra concepción de la literatura. Y queda preguntarnos por qué escribe el último habitante del planeta, cuando ya no queda nadie más para validar su escritura por medio de la lectura. Tal vez ese sea el verdadero tema de la La amante de Wittgenstein: la utopía de la escritura, una utopía solipsista, como única isla habitable en medio de un paisaje desolado. En el mundo mental que surge en la escritura de la protagonista (en realidad el lugar donde se desarrolla el libro, porque el mundo desolado que asoma a veces como un decorado físico es solamente un marco sin demasiada relevancia), se intentan salvar, al fijarlos en la escritura, los restos del naufragio de la cultura occidental. Y mientas quede alguien que los recuerde seguirán existiendo. Otra vez la memoria. 

Post Scriptum:
Una de mis anécdotas sobre artistas preferidas de La amante de Wittgenstein: Maupassant odiaba la Torre Eiffel. En concreto le irritaba mucho tener que verla mientras comía. El problema es que la Torre Eiffel se divisaba, en aquel entonces, desde casi todos los puntos de París. Por ello Maupassant decidió comer cada día en uno de los pocos sitios desde donde no se veía la Torre Eiffel: la Torre Eiffel. 


domingo, 25 de mayo de 2014

Il mio paese

En una de las escenas más turbadoras de La gran belleza el protagonista está en el patio de un palacio romano, en plena madrugada, cuando cree ver una jirafa. En eso llega uno de sus mejores amigos y le dice con cierta amargura algo así: "Vengo a despedirme. Regreso a mi pueblo. Roma me ha decepcionado mucho". La expresión que emplea para decir mi pueblo es "il mio paese". Una expresión común en lengua italiana que tal vez sirva para conservar, fosilizada en el idioma, la memoria de una unificación tardía. La República, como arquitectura institucional, como idea ilustrada, y la comarca, el pueblo, la región: el pequeño país.

En muchos de los textos de Josep Pla uno encuentra el término "país" empleado con una deliciosa ambigüedad. Pla era un prosista lúcido e inteligente, que hacía de los matices y de la finura su principal materia. Puede parecer aburrido, en parte todos los escritores memorialistas pueden parecerlo. Renunciar prácticamente a la ficción y adquirir el compromiso de hacer de la realidad cotidiana el único tema es siempre redoblar la apuesta. Pero lo que no puede ser jamás Pla, para cualquier lector atento, es un escritor tosco. 

"País", en catalán, también tiene a menudo esa acepción. Y Josep Pla - italianófilo convencido - juega con la palabra en su vertiente más descaradamente itálica. Fue él precisamente quien dijo que Cataluña era la región más occidental de Italia. Y el lector se encuentra ante el reto de tener que descifrar, con ayuda del contexto, si el autor se refiere a Cataluña, a España o al Ampurdán. Porque a menudo el país de Pla es ese: el Ampurdán. Lo abarcable. El único país posible. Ese pequeño paraíso mediterráneo, territorio de síntesis donde se resume el paisaje catalán en un espacio mucho menor: mar, montaña y llanura. De Palafrugell a Llúfriu, de principio a fin, y esa impresión de que, más allá de construcciones políticas, la única patria posible del hombre, como dijo Rilke, es siempre la infancia.

domingo, 23 de marzo de 2014

Librerías. Bibliotecas.


LA LIBRERÍA DEL CARRER CANUDA



A finales de 2013 la librería de la calle Canuda cerró definitivamente sus puertas. O eso creo, porque no he ido a comprobarlo: en parte por tristeza, en parte por pereza. Se trataba de una librería de viejo en el Barrio Gótico de Barcelona. La descubrí gracias a un buen amigo y en ella pasé buenos momentos buceando entre los libros. Allí compré el relato marinero de Juan Benet SubrosaAura de Carlos Fuentes, Las coplas de Jorge Manrique, Residencia en la tierra de Pablo Neruda, Las peras del olmo de Octavio Paz Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Libros, todos ellos, que disfruté mucho leyendo. Seguramente compré muchos más que ahora no recuerdo, pero aunque solamente fueran esos creo que ya sería suficiente. También presencié escenas extrañas, vagamente dantescas.  Una vez estuve espiando a un hombre alto y delgadísimo que parecía un junco a punto de quebrarse que era sobrino de Josep Maria de Sagarra o amigo de un sobrino de Josep Maria de Sagarra, ahora no lo recuerdo exactamente, y que pretendía alquilar un ático en pleno centro de Barcelona. Creía que esa conexión accidental con la literatura haría que el librero le ayudara inmediatamente en la búsqueda desesperada de un inquilino. Lo que ahora recuerdo de manera especialmente vívida son las muchas tardes que salía a pasear por el centro y rápidamente me encontraba sin ningún lugar adonde ir, y entonces la librería de la calle Canuda se me ofrecía como un refugio benigno donde el tiempo se detenía entre libros abandonados a su suerte. Ahora abrirán una tienda de Mango en el mismo local. No es broma. En una crítica de la autobiografía de Duke Ellington La música es mi amante leí que Duke en su vejez,dijo:  "El South Side ya no depende de sí mismo. Broadway se ha convertido en calle de sentido único, y en París han ilegalizado las casas de furcias. ¿Qué nos queda entonces? ¿Copenhague?". Pues eso.  



LA LIBRERÍA ANTONIO MACHADO


La librería del Círculo de Bellas Artes, mi librería en Madrid. El otro día compré el libro de una de las exposiciones ques están haciendo ahora en el CBA: Fragmentos de un diario, donde Eduardo Stupía pinta fragmentos del diario de Ricardo Piglia. Piglia está obsesionado con los diarios personales. Lleva casi toda su vida escribiendo uno. Es la fuente inagotable, el río sin fin del que beben sus obras: novelas, cuentos y ensayos. No es demasiado difícil, para los lectores de Piglia, rastrear con éxito el germen de sus novelas. A menudo le he leído decir que los diarios de Kafka y de Gombrowicz son la mejor obra de estos autores. Obras que nacen para el consumo personal, sin ningún ánimo de ser publicadas. Literatura privada y por lo tanto sin filtros de ningún orden. En realidad no deja de ser una contradicción adquirir un diario en una librería. Una contradicción no exenta de cierta violencia, la violencia simbólica de las profanaciones. Esta es la primera vez que sale a la luz una parte de los diarios de Piglia, la gran obra de su vida según él, y que solamente será publicada en su totalidad después de su muerte. Hay una frase del libro que ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que la leí, de pie, ante una de las estanterías de la librería. Está escrita un viernes durante sus largos periodos como profesor en Princeton. Desconocemos el mes y el año. Los versos son como el resto diurno del sueño, un tejido de imágenes rotas, de recuerdos y palabras perdidas. 


LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE RETIRO

Gracias a la Biblioteca Pública de Retiro leí el Ulises. Es la única vez que el encargado del mostrador me ha dicho algo al sobre el libro que tomaba prestado. Lo leí en mi juventud, pero ahora sería incapaz, creo que dijo. El resto de veces no he recibido ningún comentario sobre mi buen o mal gusto a la hora de escoger mis lecturas, lo que ha redundado en una cierta decepción hacia la categoría socioprofesional de los bibliotecarios, a quienes yo creía lectores empedernidos, enfermos de las taxonomías y que en realidad, atendiendo únicamente a mi experiencia, parecen ser seres corrientes tan aburridos de la vida como todos los demás. En definitiva: he leído muchos libros gracias a la Biblioteca Pública del Retiro. Cuando Javier Marías renunció el año pasado al Premio Nacional creo que mencionó algo de lo poco que estaban recibiendo las bibliotecas públicas, como uno de los motivos para no aceptar dinero proveniente de las arcas del Estado. 
Es difícil imaginarse una Europa sin librerías y bibliotecas. En algún sitio leí que en Nashville (600.000 habitantes) hasta hace poco no había ni una sola librería. Una escritora oriunda de allí o que vivía allí (uno con los norteamericanos nunca sabe, parecen moléculas en movimiento perpetuo) decidió abrir una librería porque le entristecía que en su ciudad no hubiera ninguna. Parece que hasta ahora la iniciativa ha sido un éxito. Me alegro. 
Cuando uno imagina un personaje que habita las bibliotecas piensa inmediatamente en Borges, que se imaginaba el universo organizado como una biblioteca. Sin embargo, ahora me viene a la cabeza un poema de Bukowski (que es en parte la antítesis del modelo de escritor que representa Borges) titulado El incendio de un sueño. El Santo Patrón de los escritores borrachos, como dicen sus editores. La biblioteca, en este caso, no ya como hogar del erudito, sino como tabla de salvación, como hospital, y el arte y la cultura como remedios preventivos contra la autodestrucción o el crimen. 



EL INCENDIO DE UN SUEÑO, Charles Bukowski


la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.


estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
"¿vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?"


"claro", contesté
yo.

pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.

yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado dificiles.
tenía mas problemas con
Hegel y con Kant.

lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/
o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.
vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.
mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
había leido que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.
bueno, yo no era realmente un
vagabundo. yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzche,
Shopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.
siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: "que buen gusto tiene usted,
joven."
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.
pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li
Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoria en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.
también solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.
maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Angeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO
James Thurber
John Fante
Rabelais
De Maupassant
algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstói, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate
pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.
y cuando abrí el
periodico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí …"
EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER
NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.