domingo, 30 de noviembre de 2014

Roma Termini (15 de agosto)

Ferragosto. Roma Termini forma parte de esa constelación de estaciones y lugares variopintos que configuran mi Europa personal. Pienso ahora en la Gare du Nord y en la Gare de Austerlitz de París, en la estación Portbou-Cervère, en la Vintimiglia y, por supuesto, en la estación de Perpignan que Dalí ubicó como centro del universo. B ha tomado el tren de Barcelona a Perpignan y durante media hora ha estado dando vueltas por la estación de Perpignan y ha entendido todo lo que tenía que entender (Vagabundo en Francia y Bélgica, Roberto Bolaño). Una Europa hecha de estaciones y sus alrededores: una utopía ferroviaria o los fragmentos dispersos de una patria intelectual y definitivamente viajera. Una antipatria. O cuanto menos: una contrapatria. 

Roma Termini es una de las primeras estaciones a las que llegué, procedente de Génova, en aquel viaje iniciático a los 18 años. Ahora, más de diez años después, todo es levemente distinto. Ha cambiado la mirada. Y aun así, Roma Termini sigue siendo ese edificio horrendo - de una fealdad casi ofensiva en la ciudad de los palacios - que impregna a un barrio entero de la confusión que jamás debería abandonar a las estaciones y que parece estar en vías de desaparición en esta Europa virtual que amenaza con irse de sí misma. 

Cuaderno de un viaje infinito