domingo, 23 de marzo de 2014

Librerías. Bibliotecas.


LA LIBRERÍA DEL CARRER CANUDA



A finales de 2013 la librería de la calle Canuda cerró definitivamente sus puertas. O eso creo, porque no he ido a comprobarlo: en parte por tristeza, en parte por pereza. Se trataba de una librería de viejo en el Barrio Gótico de Barcelona. La descubrí gracias a un buen amigo y en ella pasé buenos momentos buceando entre los libros. Allí compré el relato marinero de Juan Benet SubrosaAura de Carlos Fuentes, Las coplas de Jorge Manrique, Residencia en la tierra de Pablo Neruda, Las peras del olmo de Octavio Paz Tiempo de silencio de Luis Martín Santos. Libros, todos ellos, que disfruté mucho leyendo. Seguramente compré muchos más que ahora no recuerdo, pero aunque solamente fueran esos creo que ya sería suficiente. También presencié escenas extrañas, vagamente dantescas.  Una vez estuve espiando a un hombre alto y delgadísimo que parecía un junco a punto de quebrarse que era sobrino de Josep Maria de Sagarra o amigo de un sobrino de Josep Maria de Sagarra, ahora no lo recuerdo exactamente, y que pretendía alquilar un ático en pleno centro de Barcelona. Creía que esa conexión accidental con la literatura haría que el librero le ayudara inmediatamente en la búsqueda desesperada de un inquilino. Lo que ahora recuerdo de manera especialmente vívida son las muchas tardes que salía a pasear por el centro y rápidamente me encontraba sin ningún lugar adonde ir, y entonces la librería de la calle Canuda se me ofrecía como un refugio benigno donde el tiempo se detenía entre libros abandonados a su suerte. Ahora abrirán una tienda de Mango en el mismo local. No es broma. En una crítica de la autobiografía de Duke Ellington La música es mi amante leí que Duke en su vejez,dijo:  "El South Side ya no depende de sí mismo. Broadway se ha convertido en calle de sentido único, y en París han ilegalizado las casas de furcias. ¿Qué nos queda entonces? ¿Copenhague?". Pues eso.  



LA LIBRERÍA ANTONIO MACHADO


La librería del Círculo de Bellas Artes, mi librería en Madrid. El otro día compré el libro de una de las exposiciones ques están haciendo ahora en el CBA: Fragmentos de un diario, donde Eduardo Stupía pinta fragmentos del diario de Ricardo Piglia. Piglia está obsesionado con los diarios personales. Lleva casi toda su vida escribiendo uno. Es la fuente inagotable, el río sin fin del que beben sus obras: novelas, cuentos y ensayos. No es demasiado difícil, para los lectores de Piglia, rastrear con éxito el germen de sus novelas. A menudo le he leído decir que los diarios de Kafka y de Gombrowicz son la mejor obra de estos autores. Obras que nacen para el consumo personal, sin ningún ánimo de ser publicadas. Literatura privada y por lo tanto sin filtros de ningún orden. En realidad no deja de ser una contradicción adquirir un diario en una librería. Una contradicción no exenta de cierta violencia, la violencia simbólica de las profanaciones. Esta es la primera vez que sale a la luz una parte de los diarios de Piglia, la gran obra de su vida según él, y que solamente será publicada en su totalidad después de su muerte. Hay una frase del libro que ha estado dando vueltas en mi cabeza desde que la leí, de pie, ante una de las estanterías de la librería. Está escrita un viernes durante sus largos periodos como profesor en Princeton. Desconocemos el mes y el año. Los versos son como el resto diurno del sueño, un tejido de imágenes rotas, de recuerdos y palabras perdidas. 


LA BIBLIOTECA PÚBLICA DE RETIRO

Gracias a la Biblioteca Pública de Retiro leí el Ulises. Es la única vez que el encargado del mostrador me ha dicho algo al sobre el libro que tomaba prestado. Lo leí en mi juventud, pero ahora sería incapaz, creo que dijo. El resto de veces no he recibido ningún comentario sobre mi buen o mal gusto a la hora de escoger mis lecturas, lo que ha redundado en una cierta decepción hacia la categoría socioprofesional de los bibliotecarios, a quienes yo creía lectores empedernidos, enfermos de las taxonomías y que en realidad, atendiendo únicamente a mi experiencia, parecen ser seres corrientes tan aburridos de la vida como todos los demás. En definitiva: he leído muchos libros gracias a la Biblioteca Pública del Retiro. Cuando Javier Marías renunció el año pasado al Premio Nacional creo que mencionó algo de lo poco que estaban recibiendo las bibliotecas públicas, como uno de los motivos para no aceptar dinero proveniente de las arcas del Estado. 
Es difícil imaginarse una Europa sin librerías y bibliotecas. En algún sitio leí que en Nashville (600.000 habitantes) hasta hace poco no había ni una sola librería. Una escritora oriunda de allí o que vivía allí (uno con los norteamericanos nunca sabe, parecen moléculas en movimiento perpetuo) decidió abrir una librería porque le entristecía que en su ciudad no hubiera ninguna. Parece que hasta ahora la iniciativa ha sido un éxito. Me alegro. 
Cuando uno imagina un personaje que habita las bibliotecas piensa inmediatamente en Borges, que se imaginaba el universo organizado como una biblioteca. Sin embargo, ahora me viene a la cabeza un poema de Bukowski (que es en parte la antítesis del modelo de escritor que representa Borges) titulado El incendio de un sueño. El Santo Patrón de los escritores borrachos, como dicen sus editores. La biblioteca, en este caso, no ya como hogar del erudito, sino como tabla de salvación, como hospital, y el arte y la cultura como remedios preventivos contra la autodestrucción o el crimen. 



EL INCENDIO DE UN SUEÑO, Charles Bukowski


la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
ha sido destruida por las llamas.
aquella biblioteca del centro.
con ella se fue
gran parte de mi
juventud.


estaba sentado en uno de aquellos bancos
de piedra cuando mi amigo
Baldy me
preguntó:
"¿vas a alistarte en
la brigada
Abraham Lincoln?"


"claro", contesté
yo.

pero, al darme cuenta de que yo no era
un idealista político
ni un intelectual
renegué de aquella
decisión
más tarde.

yo era un lector
entonces
que iba de una sala a
otra: literatura, filosofía,
religión, incluso medicina
y geología.

muy pronto
decidí ser escritor,
pensaba que sería la salida
más fácil
y los grandes novelistas no me parecían
demasiado dificiles.
tenía mas problemas con
Hegel y con Kant.

lo que me fastidiaba
de todos ellos
es que
les llevara tanto
lograr decir algo
lúcido y/
o
interesante.
yo creía
que en eso
los sobrepasaba a todos
entonces.

descubrí dos
cosas:
a) que la mayoría de los editores creía que
todo lo que era aburrido
era profundo.
b) que yo pasaría décadas enteras
viviendo y escribiendo
antes de poder
plasmar
una frase que
se aproximara un poco
a lo que quería
decir.

entretanto
mientras otros iban a la caza de
damas,
yo iba a la caza de viejos
libros,
era un bibliófilo, aunque
desencantado,
y eso
y el mundo
configuraron mi carácter.
vivía en una cabaña de contrachapado
detrás de una pensión de 3 dólares y medio
a la semana
sintiéndome un
Chatterton
metido dentro de una especie de
Thomas
Wolfe.
mi principal problema eran
los sellos, los sobres, el papel
y
el vino,
mientras el mundo estaba al borde
de la Segunda Guerra Mundial.
todavía no me había
atrapado
lo femenino, era virgen
y escribía entre 3 y
5 relatos por semana
y todos
me los devolvían, rechazados por
el New Yorker, el Harper´s,
el Atlantic Monthly.
había leido que
Ford Madox Ford solía empapelar
el cuarto de baño
con las notas que recibía rechazando sus obras
pero yo no tenía
cuarto de baño, así que las amontonaba
en un cajón
y cuando estaba tan lleno
que apenas podía
abrirlo
sacaba todas las notas de rechazo
y las tiraba
junto con los
relatos.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
seguía siendo
mi hogar
y el hogar de muchos otros
vagabundos.
discretamente utilizábamos los
aseos
y a los únicos que
echaban de allí
era a los que
se quedaban dormidos en las
mesas
de la biblioteca; nadie ronca como un
vagabundo
a menos que sea alguien con quien estás
casado.
bueno, yo no era realmente un
vagabundo. yo tenía tarjeta de la biblioteca
y sacaba y devolvía
libros,
montones de libros,
siempre hasta el
límite
de lo permitido:
Aldous Huxley, D.H. Lawrence,
e.e. cummings, Conrad Aiken, Fiódor
Dos, Dos Passos, Turguénev, Gorki,
H.D. Freddie Nietzche,
Shopenhauer,
Steinbeck,
Hemingway,
etc.
siempre esperaba que la bibliotecaria
me dijera: "que buen gusto tiene usted,
joven."
pero la vieja
puta
ni siquiera sabía
quién era ella,
cómo iba a saber
quién era yo.
pero aquellos estantes contenían
un enorme tesoro: me permitieron
descubrir
a los poetas chinos antiguos
como Tu Fu y Li
Po
que son capaces de decir en un
verso más que la mayoria en
treinta o
incluso en ciento.
Sherwood Anderson debe de haberlos
leído
también.
también solía sacar y devolver
los Cantos
y Ezra me ayudó
a fortalecer los brazos si no
el cerebro.
maravilloso lugar
la Biblioteca Pública de Los Angeles
fue un hogar para alguien que había tenido
un
hogar
infernal
ARROYOS DEMASIADO ANCHOS PARA SALTARLOS
LEJOS DEL MUNDANAL RUIDO
CONTRAPUNTO
EL CORAZÓN ES UN CAZADOR SOLITARIO
James Thurber
John Fante
Rabelais
De Maupassant
algunos no me
decían nada: Shakespeare, G.B. Shaw,
Tolstói, Robert Frost, F. Scott
Fitzgerald
Upton Sinclair me llegaba
más
que Sinclair Lewis
y consideraba a Gogol y a
Dreiser tontos
de remate
pero tales juicios provenían mas
del modo en que un hombre
se ve obligado a vivir que de
su razón.
la vieja Biblioteca Pública de Los Angeles
muy probablemente evitó
que me convirtiera en un
suicida,
un ladrón
de bancos,
un tipo
que pega a su mujer,
un carnicero o
un motorista de la policía
y, aunque reconozco que
puede que alguno sea estupendo,
gracias
a mi buena suerte
y al camino que tenía que recorrer,
aquella biblioteca estaba
allí cuando yo era
joven y buscaba
algo
a lo que aferrarme
y no parecía que hubiera
mucho.
y cuando abrí el
periodico
y leí la noticia sobre el incendio
que había destruido la
biblioteca y la mayor parte de
lo que en ella había
le dije a mi
mujer: "yo solía pasar
horas y horas
allí …"
EL OFICIAL PRUSIANO
EL ATREVIDO MUCHACHO DEL TRAPECIO
TENER Y NO TENER
NO PUEDES RETORNAR A TU HOGAR.