domingo, 27 de diciembre de 2015

Dos entradas de diario sobre Marruecos

Termino Mimoun, de Chirbes, y me subo casi inmediatamente después a un avión en dirección a Marrakech. Escribo esto ya desde Marruecos. 

Cuando uno visita un país y una cultura de la que lo desconoce prácticamente todo, es casi mejor guardar silencio. La prudencia, esa virtud latina; hoy casi en extinción. Conservo de estos tres días y medio un desfile cromático, una sensación de desorden, una lentitud, un extraño apego a las terrazas y el deseo, que ya no podré colmar, de un solitario paseo nocturno por la Medina de Essaouira. Y sobre todo, una importancia de las plazas de la que me reconozco parte. Quizá eso sea el Sur. O lo que nos queda de él. Una tenue conexión que sin embargo persiste. Un sueño imposible. Carlos Marzal: “El Norte está en el Sur / y el Sur es un lugar fuera de un mapa / de no sabemos dónde, / y que ya ardió hace tiempo”. Marzal, otra vez: “Y el Sur al que viajaste no es el Sur / adonde tú has viajado: se quemó / con lo que pudo ser y lo que ha sido”. Algo que huye de sí mismo a la velocidad a la que arden las cosas valiosas.
¿Es Marrakech como imaginaba? No lo sé. Me he limitado a intentar que existiera para mí y creo que lo he conseguido. Dice Tabucchi que no se viaja para escribir, sino para vivir. Luego ya, si surge la oportunidad, se escribe algo. Estoy de acuerdo. Por momentos, sin embargo, he tenido la impresión de que este podría ser un territorio infinito y casi mítico para mis ficciones. Un infierno cercano e incomprensible como el México de aquellos aventureros norteamericanos de los años cuarenta y cincuenta. El exotismo inflama la imaginación. Y el exotismo, guste o no, es un filtro que deforma la mirada. Un filtro colonial, es decir, de superioridad involuntaria. La monotonía de la civilización frente a la sensación de libertad total de lo atrasado, de lo inacabado. Esa es la dialéctica en la que se enmarca la conciencia propia, aunque uno luche por impedirlo. Se piensa en cómo se viviría aquí con las comodidades de un europeo; nunca en cómo sería vivir aquí como un marroquí común. Todo cambia. Creo entender que de eso acusaba Chukri a Bowles y a los escritores europeos de Tánger. 

* * *

La novela de Chirbes me ha hecho pensar en El temblor de la falsificación, de Patricia Higsmith, que sucede en Hammamet. En ambas novelas el protagonista, un occidental, sucumbe al abandono árabe; se extravía en el desconocimiento de los códigos y en su incapacidad para interpretar la ambigüedad de las relaciones. No me veo cualificado para discernir si caen en el tópico. En cualquier caso, la maestría con la que ambos narran el progresivo embotamiento – lento y dulce – debería absolverles del pecado colonial. Las dos novelas consiguen esa textura temblorosa de lo irreal, sin necesidad de introducir el elemento fantástico ni abandonar el paradigma realista en ningún momento.

domingo, 18 de octubre de 2015

Cuando el loco toma la palabra

El Cristo de Elqui fue Domingo Zárate Vega (1898-1971), un campesino chileno al que se le aparecían constantemente seres divinos y que logró reunir un nutrido grupo de seguidores a los que bautizaba en el río Elqui. A su llegada a Santiago le recibió una multitud en la estación de Mapocho y El Cristo de Elqui, como suelen hacer siempre esta clase de profetas, dijo que la fiesta estaba por terminar y anunció el inminente fin del mundo, apolalipsis mediante. Los especialistas dijeron que sufría delirio místico crónico. Años después. en 1948, se retiró de su misión evangelizadora diciendo: He sido y seré un librepensador. Y se fue a su casa. Todos lo olvidaron. 
Todos no, los escritores chilenos no lo olvidaron. Hernán Rivera Letelier le dedicó una novela, El arte de la resurrección, que fue Premio Alfaguara en 2010. Pero tal vez el uso más interesante de El Cristo de Elqui fue el que hizo Nicanor Parra. Parra recuperó su voz en un momento - el Chile de Pinochet - en el que apenas se podía decir nada que alterara el silencio metálico de la dictadura. La jugada de Parra fue brillante y ganadora. Recuperó el personaje, que es el que habla en los versos de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui. 

Nadie toma en serio al loco, por lo tanto, el loco goza de una libertad casi absoluta para decir lo que nadie puede decir. Si el loco dice, por ejemplo: apuesto mi cabeza / a que nadie se ríe como yo / cuando los filisteos lo torturan, nadie va a tomarlo en serio de primeras. Pero si uno se detiene un momento a pensar en que significan esos versos en el Chile de 1977 se echa a temblar. Y aunque esos versos vayan mucho más allá de circunstancias históricas tan concretas y contengan el largo aliento de lo universal, es evidente que Parra no obvió al escribirlos el contacto con la realidad circundante de su presente. 

Tanto Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) como Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979) son poemarios perfectamente coherentes con el programa poético de Parra: la antipoesía, esa utopía vanguardista que consiste en encontrar un lenguaje que acerque la poesía a las formas orales. El lenguaje de la tribu, que decía Rimbaud o en román paladino / en el cual suele el pueblo fablar a su vecino, por decirlo con Gonzalo de Berceo, uno de los grandes maestros de Parra. Sin embargo, estos dos poemarios de Parra contienen otra innovación, la de idear una forma en que la poesía se hace recreación dramática para dar voz a un personaje carnavalesco que expresa su visión del mundo. El Cristo de Elqui es un espejo deformado que nos devuelve nuestro verdadera imagen que solo podemos obtener mediante su mirada lúcida y enferma.



Prédica XXIII

Y estos son los desafíos del Cristo de Elqui: 
que levanten la mano los valientes: 
a que nadie se atreve
a tomarse una copa de agua bendita 
a que nadie es capaz
de comulgar sin previa confesión
a que nadie se atreve
a fumarse un cigarro de rodillas 
¡gallinas cluecas - gallinas cluecas!
a que nadie es capaz
de arrancarle una hoja a la biblia
ya que el papel higiénico se acabó 
a ver a ver a que nadie se atreve
a escupir la bandera chilena
primero tendría que escupir mi cadáver 
apuesto mi cabeza
a que nadie se ríe como yo
cuando los filisteos lo torturan.

martes, 25 de agosto de 2015

Teruel

Fui a Teruel cuando tenía 18 años y no he vuelto desde entonces. Fue una suerte de viaje iniciático hacia un horizonte inasible que en mi candidez llamaba la España Profunda. Reconozco que ahora no tengo ni idea de que quiere decir eso. Reconozco también que soy incapaz de discernir si Teruel realmente existe o todo fue una simple alucinanción. Tenía, sin duda, la serenidad de las mejores alucinaciones, aquellas que uno acaba confundiendo con recuerdos hasta engordar una memoria propia que sin embargo no puede ser más ajena.

Me hizo gracia encontrar hace poco un texto de Bolaño sobre Teruel. Habla Bolaño:

Entramos en la plaza del Torico. Y allí, sobre una columna capaz de sostener a un héroe griego o al caballo de Franco, estaba el Torico. Eso era Teruel, lo supe en el acto, y eso era también el espíritu descreído e indómito de Aragón. El Torico, como su nombre indica, es pequeñísimo, un juguete para un niño de ocho años; pero no es un juguete, es un toro enano. Su apostura es tranquila y no carece de soberbia e indiferencia. Es una de las estatuas más hermosas que he visto en mi vida, si no la más hermosa de todas. Al regresar volví a marearme y luego me quedé dormido. Soñé que el Torico caminaba a mi lado. “¿Te ha gustado Teruel?”, me preguntó, aunque solo por educación, porque en realidad al Torico le importaba un pimiento que a mí me hubiera gustado o no su ciudad. “Mucho”, le dije. “¿Y tú crees que existe o no existe?”, me preguntó. Cuando ya iba a responderle, afirmativamente, el Torico se dio la vuelta y oí que me decía: “No, mejor no lo digas”.



jueves, 30 de abril de 2015

Fragmentos de "Paseos con mi madre", de Javier Pérez Andújar

Fragmentos de "Paseos con mi madre", Javier Pérez Andújar, que registro (en cursiva) y comento aquí mientras leo el libro con el objetivo de fijarlos antes de que se pierdan en el oleaje de su prosa y en el agujero de gusano de mi memoria, que tiende siempre a deformarlo todo para regresar a un pasado que es ligeramente distinto al que viví. Fragmentos, claro, que me gustan y con los que estoy parcial o totalmente en sintonía, si es que eso sirve de algo en literatura.

Se anda como se escribe. Desde el primer día andaré por Barcelona extraño como alguien que ha llegado del campo (pero del campo de la cultura), igual que el cowboy de medianoche, y cuando vuelva al barrio en autobús iré hundiéndome en el asiento en homenaje a su amigo Ratso de camino de Miami. Los personajes de la película, Joe y Ratso, como aquellos dos caracteres que vio Stevenson en su conciencia, son en mi corazón delator dos escrituras a elegir.

Midnight cowboy. Los dos amigos que atraviesan todas las desventuras imaginables. La figura eterna de Don Quijote y Sancho. Joe y Ratso. Un cowboy texano y un pillo cojo del Bronx en la jungla de Manhattan, que es La Mancha contemporánea. El cowboy, el caminante, el emigrante, el buscavidas que llega repleto de optimismo a la ciudad, esa es la versión actual del caballero andante. La amistad, una vez más, solamente puede nacer y fortalecerse bajo la luz cruda y verdadera de la derrota.


En la sociedad barcelonesa siempre hay alguien en medio para evitar que dos personas diferentes entren en contacto. En Barcelona a la clase intermedia le da miedo que las cosas pasen. Le horripila el carnaval de la vida, le horroriza que ocurra como en la canción de Serrat y que por un día el rico y el villano, el prohombre y el gusano, bailen y se den la mano, sin importarles la facha. Para impedirlo están. Aquí la clase intermedia es impenetrable, es un estorbo, y a ese estorbo le llaman país. 

Si no som catalanets no som res, señala contundente el patriarca al principio del documental del SUB "Katallani". Esas capas medias, esa menestralía, a fin de cuentas, que milita en la mediocridad, en el sentido más estricto del término, y a la que tanto le asusta salirse de sus angostos márgenes. Y en vez de cultura, cultureta y a poder ser folklore, que el arte verdadero espanta y a un artista, ya se sabe, no le dejaría uno al cuidado de su cartera. Nietszche abjuró del cristianismo porque era una moral de esclavos, pues parece que en algún lugar existe una forma de patriotismo que es una moral de tenderos, de laboriosos botiguers. Y a repetir día y noche que somos un país muy petit, tan petit que de tanto decirlo sufre un proceso miniaturización permanente, igual que sus habitantes que de catalanes pasan a ser catalanets. No hace mucho alguien en El País escribió sobre industriosos hobbits y todos se escandalizaron muy mucho porque les pareció una ofensa considerable, además de madrileña. Y así, anar fent y todo eso, a poc a poc, que no es pot tenir tot. Qué sé yo, todo esto me entristece una mica. Joan Ferraté trató de explicarlo, de intelectualizarlo diría yo, en este artículo publicado en 1988 en El País (en 1988 ya se habían repartido todas las cartas) titulado Cataluña, lengua y cultura. Artículo legendario. 


Voy a verme fascinado por el catalán de mis amigos, el catalán de sus padres, que iré distinguiendo como lenguaje vivo del pueblo. Su habla vulgar del nusaltros, el buenu y el anllavorans, será de la que más cerca me encuentre, y cuando el idioma vaya a normalizarse y esta manera de hablar de desautorice sentiré que han vuelto a ganar los pijos, que la forma de hablar de toda esa gente, de mis vecinos, de mis amigos, ha sido traicionada. 

La lengua como territorio vigilado por una policía filológica. No solo la lengua, aun más allá: el habla. La utopía de la hipercorrección. Hace tiempo, al leer los textos de Piglia sobre el conflicto que hubo en Argentina entre el modelo académico de lengua literaria de Borges y Lugones, frente al modelo callejero de lengua literaria de Arlt (el lunfardo trufado de italianismos, de galleguismos y de otros barbarismos: la única lengua posible de los porteños), me era inevitable pensar en la lengua catalana. ¿Quién es el Arlt de la literatura catalana? ¿El Arthur Miller? ¿El Céline? ¿El Bukowski? La hegemonía de la filología sobre la literatura. La obsesión y el miedo santifican un escribir bien que crea a su paso nuevos cementerios literarios. El paraíso de la hipercorrección es siempre un infierno literario.

Leer, supongo, es una forma de escribir, igual que escribir es leer. Y que, como ya se ha dicho hasta el aburrimiento, escribimos porque otros han escrito antes. 

lunes, 20 de abril de 2015

Primera reseña de "Deflagración"

Me hace especial ilusión que la primera reseña de "Deflagración" sea obra de un escritor valenciano en lengua catalana. Creo que ello cierra un círculo, tal vez una espiral, que la novela de alguna manera trata de abrir. Me alegra que, con la normalidad que debería proceder, un escritor en lengua castellana se interese por la obra de un poeta en lengua catalana y a la inversa. Me hace pensar en la indestructible amistad alcohólico-poética de Gil de Biedma y Gabriel Ferrater. Manel Alonso i Català ha sido muy generoso conmigo, quizá demasiado, con tan elogiosa reseña.



jueves, 16 de abril de 2015

Deflagración, intento de making off

Escribí Deflagración (Editorial Pezsapo, 2015) para mí mismo, en un intento de encontrar mis temas, a la vez que intentaba cerrar algunas cuestiones del pasado. Probablemente la novela nazca de algunos de mis mitos, que en realidad son los mitos que me legaron generaciones anteriores a través de sus libros y de los relatos orales de sus experiencias directas, y que al visitar físicamente me di cuenta de que estaban en ruinas. A partir de ahí, supongo, Deflagración narra ese encuentro desencantado, a la vez que el intento de encontrar una épica propia, en una Europa que parece estar más para aritméticas que para épicas. En este caso, el protagonista y el autor, comparten esa vocación de exploración permanente. Por eso el protagonista viaja - no lo sabía mientras escribía y ahora me doy cuenta de que he adquirido conciencia de ello sin saberlo -, por eso lee; porque viajar y leer (como follar) son dos formas de hacer la misma cosa, dos expresiones de la misma búsqueda, dos de los escalones fundamentales del aprendizaje. Y Deflagración no pretende ser otra cosa que una novela de aprendizaje, eso que el mundo germánico llama Bildungsroman. Y el aprendizaje siempre tiene la forma de un viaje, de un viaje hacia lo desconocido, como ese poema de Rimbaud que habla de un barco que parte hacia algún lugar atravesando ríos impasibles. 

A pesar de los paisajes y de cierta apatía propia de esta época, a pesar de las múltiples decepciones, creo que Unai Guerrero, el protagonista, comparte conmigo el optimismo de la curiosidad que siempre le conduce a subirse a otro tren, a llegar a una nueva ciudad, que nunca será la última, a leer a un nuevo poeta. Escribí Deflagración, ahora lo sé, para mí mismo y para mis propios fantasmas que, como diría Bolaño, son los únicos que no tienen tiempo porque están fuera del tiempo.

De entre todos mis fantasmas, hay uno muy especial que me ha acompañado durante algunos años. Es el fantasma de Salvador Iborra. Salvador era un poeta valenciano en lengua catalana que fue asesinado, producto de la mala suerte, en el Barrio Gótico de Barcelona en septiembre de 2011. Escribí sobre él en este mismo blog (podéis leerlo aquí) mucho antes de que Deflagración fuera ni siquiera una idea y el otro día me sorprendió al leerlo lo mucho de la novela que ya había allí. Con Salvador Iborra, me pareció sentir al leerlo, creo que compartía una misma sensibilidad poética y eso me ayudó, en un momento en que encontraba muchas dificultades para escribir, a no apearme del tren de forma definitiva. Encontré en sus poemas, además de inteligencia y valentía, ánimos para seguir adelante y a un amigo. Por todo ello, le estaré eternamente agradecido. Es uno de esos fantasmas personales, el más cercano tal vez, para los que escribí esta novela.


Podéis encontrar más información sobre Deflagración (y hasta comprarla en un rapto de locura) aquí.


Presentaré la novela en los siguientes lugares los siguientes días.


BARCELONA

Viernes 15 de Mayo, 19:30
La Central del Raval, calle Elisabets 6


MADRID

Miércoles 27 de Mayo, 20:00
Cervantes y Compañía Libros, calle del Pez 27


domingo, 29 de marzo de 2015

Cuando el Raval sea una explanada



Al principio de esta novela (L'endemà de tot, Lluís Calvo, Raig Verd Editorial) el protagonista cruza las Ramblas para mudarse del Raval al barrio Gótico. Este viaje, aparentemente banal y sin embargo tan decisivo como todos los viajes verdaderos, aparece otras veces a lo largo de la novela. Y es que las Ramblas, a día de hoy, no se pasean, se atraviesan. Como los ríos, como los desiertos. Tal vez por eso mismo. Porque son un río y un desierto al mismo tiempo. El único río de Barcelona, el único que merece la pena reseñar. Un Misisipi de voces, barrigas y minifaldas. 

Lluís Calvo circunscribe casi toda la acción de su novela al espacio geográfico delimitado por el Paralelo, Via Laietana, Plaza Catalunya y el mar Mediterráneo, es decir: Ciutat Vella. L'endemà de tot es así una novela de aventuras, de peripecias humanas - ¿qué otra cosa puede ser una novela urbana? - que se aparta algo, aunque tal vez no tanto, de ese subgénero de la novela social que fue la Novela de Barcelona. Y los personajes, claro, son los perdedores - los de siempre y los de ahora - que capean el temporal a través de la alegría de estar vivos. Se narra así, con prosa inmediata y no sin humor, entre otras muchas cosas, la transformación del paisaje de una ciudad y de un barrio, y la inevitable melancolía que ello suscita en alguno de los personajes.

En algún momento de la lectura, me ha parecido que L'endemà de tot era tal vez esa Gran Novela del Raval que tanto tiempo hemos esperado; esa novela que seguimos esperando porque seguimos necesitándola. No sé si es así, pero en todo caso logra convertir al Raval en un territorio literario privilegiado. Y para ello, claro, además de escribir como si uno estuviese a punto de morir en un incendio, hay que reunir a un grupo ecléctico de seres humanos para hablar de la crueldad de la vida y de la la comedia general; de la alegría a menudo salvaje y de las múltiples derrotas. Y de la amistad. Porque la novela del Raval, como no podía ser de otra manera, es una novela sobre la amistad. 

domingo, 15 de marzo de 2015

Shakespeare & Company, de Sylvia Beach

Leyendo el libro de Sylvia Beach, Shakespeare & Company, sobre la librería norteamericana del mismo nombre que ella misma abrió en la Rive Gauche de París en 1919, uno puede acercarse al proceso de publicación que rodeó al Ulysses y a una estampa humana, alejada del mito, de ese eterno exiliado que fue James Joyce.
Joyce, que había cosechado un éxito de crítica notable en Inglaterra con Retrato del artista adolescente, llegó a París, procedente de Trieste, a sugerencia de Ezra Pound, bastante desesperado. Tenía una familia (dos hijos y Nora), bastantes problemas económicos y de salud, y la sensación, cada vez más fundada, de que nunca conseguiría publicar el Ulysses. En Inglaterra el manuscrito era considerado una obscenidad y ninguna revista podía permitirse publicarlo sin perder un buen número de respetables suscriptores que esperaban leer en el salón prosas menos escandalosas. En Estados Unidos, en aquellos años, la censura trabajaba a destajo (por eso mismo empezaron a desembarcar en París los Scott Fitgeralds, Hemingways, Gertrude Steins...). Y Joyce empezaba a ver, no sin angustia, que sus posibilidades menguaban a toda velocidad. 
En eso, se encontró con Sylvia Beach y con su pequeña librería anglófila en el 12 de la rue de l'Odéon. Una librería que funcionaba fundamentalmente en el préstamo de libros, a través de suscriptores y que de pronto se convirtió en editorial, aun a riesgo de arruinarse, para publicar el Ulysses. Tal vez, lo más interesante del libro es ver todas las circunstancias y tremendas obstáculos que acompañaron a semejante proyecto. Intentar publicar una novela como el Ulysses es, con toda probabilidad, algo que atenta contra los principios más elementales de la economía de mercado. Y sin embargo, ahí estuvieron Sylvia Beach y algunos de sus amigos más cercanos (incluidos grandes escritores franceses como Gidé), los impresores de Dijon, - soportando los cambios obsesivos en el último minuto de Joyce - que probablemente no entendían casi nada del texto que imprimían pero que, por algún motivo, se comprometieron con el proyecto como el que intuye que está haciendo historia, aunque carezca de tiempo para detenerse a entenderla. Se trata de uno de esos extraños episodios, como la traducción del Feyderurke de Gombrowicz en el Café Rex de Buenos Aires, en que un grupo de seres humanos colaboran desinteresademente hasta límites insospechados. Raro en el género humano, rarísimo en literatura. Tal vez solamente pueda explicarse desde el uso limpio de palabras como generosidad y admiración.

Dos apuntes que hoy podrían tener curiosas reverberaciones: 1) durante el proceso de publicación ondeó en la Shakespeare & Company la bandera de Grecia en homenaje al Ulysses. Y 2): Joyce estaba obsesionado con que la portada de la novela fuera del mismo color que el azul de la bandera griega. Fue una sus peticiones más difíciles de cumplir. Los impresores se volvieron literalmente locos buscando un papel que se acercara a esa tonalidad. 

viernes, 30 de enero de 2015

El PP de Monforte y Lois Pereiro

Lois Pereiro es uno de esos escasísimos poetas con los que he conectado como lector en los últimos años, produciéndose ese encuentro que conocemos como poesía y que se verifica siempre en la intimidad de la lectura. Una subjetividad que a ojos del lector deviene objetiva, se universaliza. Lois Pereiro, además, ha conseguido eso con no pocos lectores de poesía en toda España escribiendo desde una lengua distinta al castellano, en este caso el gallego; una barrera a menudo insalvable para algunos autores que merecerían ser leídos también en Calahorra, por nombrar un lugar del que yo lo desconozco casi todo. Y desde una modernidad muy personal. Dice P. Gimferrer en el prólogo de uno de sus libros que su poesía es un "mentís" rotundo a todos aquellos que descalifican las literaturas en lenguas minoritarias españolas imputándoles un exceso de localismo y arcaísmo.
En Galicia el año 2011, cuando fue homenajeado como autor escogido en el día de las Letras Galegas, hubo multitud de actos cívicos y espontáneos que celebraron su figura. El año Lois Pereiro desbordó el carácter formal y puramente institucional del homenaje. Por lo visto, para muchos lectores gallegos hay algo conmovedor en la poesía de Lois, algo que alcanza la sensibilidad también de los lectores jóvenes que buscan algo y que encuentran, en una unión aparentemente inconciliable, la melancolía atlántica que inauguró Rosalía, la sensibilidad punk y las grandes corrientes europeas, especialmente la germánica, que tan bien conocía Pereiro, con Paul Celan a la cabeza.
Tras leer esta noticia uno siente cierta tristeza al ver como el PP de Monforte, en cambio, considera que poner el nombre de Lois Pereiro a la Casa de la Cultura de Monforte (donde nació este, tal vez el mejor poeta gallego en décadas) "no es una cuestión pacífica". ¿Es acaso una cuestión violenta? ¿Dónde reside tal violencia? ¿Es violenta la poesía confesional?
Lois Pereiro, creo que aquí reside el núcleo de la cuestión, vivió en las orillas de lo que cierta derechona provinciana, que todavía no ha entrado en las primeras estancias de la modernidad, considera los límites de la respetabilidad. Fue una marginado, hablando en plata. Malvivió haciendo traducciones y doblajes (en algunos casos incluso de porno), seguramente tuvo una juventud turbulenta en Madrid y fue una de esas desgraciadas víctimas de la mala suerte que se hizo aceite en el famoso caso del Colza. Lois Pereiro, para el PP de Monforte, por lo visto, tenía un aspecto y una forma de vida que atentaba gravemente contra la higiene pública: un vagabundo, que para más inri escribía en gallego que, como es sabido, es una lengua de ganaderos minifundistas y rudos percebeiros. He aquí el problema. Lo más deprimente de toda esta cuestión es que uno duda con razón que lo hayan leído realmente, que lo hayan entendido, que, al menos, hayan hecho el esfuerzo de intentarlo. Si dijeran: "consideramos que es un pésimo poeta", estarían, equivocados o no, en su legítimo derecho. Sin embargo, uno tiene la poderosa sensación, de que se trata de puro clasismo y, llevado a sus últimas consecuencias, de higiene pública. Lo peor de ciertas élites de esta Sefarad no es ya que durante décadas su política cultural haya sido (y lo siga siendo) mantener al vulgo en la incultura, sino que ellas mismas han sido orgullosamente incultas. La imitación, en tales circunstancias, supone un desastre absoluto: terminar siendo un pueblo de cabreros que diría Gil de Biedma. 

Curiosidade
Saber que está un á morte
e o corpo é unha paisaxe de batalla:
unha carnicería no cerebro.
¿Permitirías ti, amor deserto,
que nesta fevre impenitente abrise
a derradeira porta e pechase
detrás miña, sonámbulo e impasible,
ou porías o pé
entre ela e o destino?

Curiosidad
Saber que llega la muerte
y el cuerpo es un paisaje de batalla:
una carnicería en el cerebro.
¿Permitirías tú, amor desierto,
que en esta fiebre impenitente abriese
la última puerta y la cerrase
tras de mí, sonámbulo e impasible,
o pondrías el pie
entre ella y el destino?

miércoles, 14 de enero de 2015

Kafka y la escisión del judío europeo (una hipótesis)

La escisión del judío europeo (Stefan Zweig en algún lugar imposible de encontrar de El mundo de ayer). Esa contradicción entre el ser judío y la vocación de universalista, propia de toda minoría, que en el ámbito nacional o urbano se expresa en su amplia participación en la vida pública e intelectual (política, cultural, científica, artística). Ese querer dejar de ser judío (sin dejar nunca de serlo) para devenir ciudadano (en el plano político) u hombre (en el artístico) sin exclusiones de ninguna clase. Esa memoria, ese rastro de una identidad íntima en permanente tensión con la identidad pública.


Rastros hebraicos en la literatura de Kafka. El miedo perenne a la autoridad paterna. El tribunal que juzga al individuo. Un tribunal clandestino, que juzga en paralelo al estado. Sin garantías de ningún tipo, sin preguntas. La doble lectura de Kafka. Universal e intracomunitaria, el mundo y la tribu. El tribunal estatal y el consejo de rabinos. Los dos infiernos: el vago círculo familiar y la sociedad. A la escisión del judío europeo, Kafka responde explotando. El hombre que está permanentemente entre dos fuegos cruzados, entre dos obediencias, se parte por la mitad. El hombre que vive acosado por dos culpas o por dos posibilidades de culpa sin saber ante cual responder.  

martes, 6 de enero de 2015

Las viejas metáforas

Las viejas metáforas son las mejores porque siempre son verdaderas, decía Borges. Como si convocaran un saber que inconscientemente pertenece a todos los hombres, un saber que conforma una cultura en su acepción más pura. Imaginemos por un momento una enorme biblioteca (como las bibliotecas virtuales de los programas informáticos) de metáforas y comparaciones que pertenece a toda humanidad (o a toda una cultura, a la cultura occidental, por ejemplo) y a la que el escritor puede acudir cuando crea conveniente. El silencio podía cortarse con un cuchillo, escriben a menudo los autores de folletines. La maestría reside, seguramente, en saber cuándo y cómo emplearlas. Tal vez en su leve reformulación. De nuevo algo tan aparentemente banal como el bon goût, quizás el oído, marcando la diferencia. Borges no llegaba a los 25 años cuando publicó su primer libro de poemas, Fervor de Buenos Aires. Y en el poema Calle desconocida se encuentran dos versos, a primera vista intrascendentes, que demuestran que la posteridad se puede alcanzar sin necesidad de armar ningún escándalo.


En esa hora en que la luz
tiene una finura de arena.


Su perfección se explica por la desnudez desprovista de toda pompa, pero sobre todo por la plasticidad con la que enuncian algo que es esencialmente verdad. Aparece entonces, en el pensamiento del lector, esa hora amarilla de la tarde en que todo adquiere la lentitud de las últimas voluntades. Y el lector cree casi revivirla. Podría uno preguntarse, incluso, si la representación es capaz de concitar más intensidad que la propia realidad que pretende representar. La lectura o la vida, ese viejo dilema.