martes, 25 de agosto de 2015

Teruel

Fui a Teruel cuando tenía 18 años y no he vuelto desde entonces. Fue una suerte de viaje iniciático hacia un horizonte inasible que en mi candidez llamaba la España Profunda. Reconozco que ahora no tengo ni idea de que quiere decir eso. Reconozco también que soy incapaz de discernir si Teruel realmente existe o todo fue una simple alucinanción. Tenía, sin duda, la serenidad de las mejores alucinaciones, aquellas que uno acaba confundiendo con recuerdos hasta engordar una memoria propia que sin embargo no puede ser más ajena.

Me hizo gracia encontrar hace poco un texto de Bolaño sobre Teruel. Habla Bolaño:

Entramos en la plaza del Torico. Y allí, sobre una columna capaz de sostener a un héroe griego o al caballo de Franco, estaba el Torico. Eso era Teruel, lo supe en el acto, y eso era también el espíritu descreído e indómito de Aragón. El Torico, como su nombre indica, es pequeñísimo, un juguete para un niño de ocho años; pero no es un juguete, es un toro enano. Su apostura es tranquila y no carece de soberbia e indiferencia. Es una de las estatuas más hermosas que he visto en mi vida, si no la más hermosa de todas. Al regresar volví a marearme y luego me quedé dormido. Soñé que el Torico caminaba a mi lado. “¿Te ha gustado Teruel?”, me preguntó, aunque solo por educación, porque en realidad al Torico le importaba un pimiento que a mí me hubiera gustado o no su ciudad. “Mucho”, le dije. “¿Y tú crees que existe o no existe?”, me preguntó. Cuando ya iba a responderle, afirmativamente, el Torico se dio la vuelta y oí que me decía: “No, mejor no lo digas”.



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