domingo, 18 de octubre de 2015

Cuando el loco toma la palabra

El Cristo de Elqui fue Domingo Zárate Vega (1898-1971), un campesino chileno al que se le aparecían constantemente seres divinos y que logró reunir un nutrido grupo de seguidores a los que bautizaba en el río Elqui. A su llegada a Santiago le recibió una multitud en la estación de Mapocho y El Cristo de Elqui, como suelen hacer siempre esta clase de profetas, dijo que la fiesta estaba por terminar y anunció el inminente fin del mundo, apolalipsis mediante. Los especialistas dijeron que sufría delirio místico crónico. Años después. en 1948, se retiró de su misión evangelizadora diciendo: He sido y seré un librepensador. Y se fue a su casa. Todos lo olvidaron. 
Todos no, los escritores chilenos no lo olvidaron. Hernán Rivera Letelier le dedicó una novela, El arte de la resurrección, que fue Premio Alfaguara en 2010. Pero tal vez el uso más interesante de El Cristo de Elqui fue el que hizo Nicanor Parra. Parra recuperó su voz en un momento - el Chile de Pinochet - en el que apenas se podía decir nada que alterara el silencio metálico de la dictadura. La jugada de Parra fue brillante y ganadora. Recuperó el personaje, que es el que habla en los versos de Sermones y prédicas del Cristo de Elqui. 

Nadie toma en serio al loco, por lo tanto, el loco goza de una libertad casi absoluta para decir lo que nadie puede decir. Si el loco dice, por ejemplo: apuesto mi cabeza / a que nadie se ríe como yo / cuando los filisteos lo torturan, nadie va a tomarlo en serio de primeras. Pero si uno se detiene un momento a pensar en que significan esos versos en el Chile de 1977 se echa a temblar. Y aunque esos versos vayan mucho más allá de circunstancias históricas tan concretas y contengan el largo aliento de lo universal, es evidente que Parra no obvió al escribirlos el contacto con la realidad circundante de su presente. 

Tanto Sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1977) como Nuevos sermones y prédicas del Cristo de Elqui (1979) son poemarios perfectamente coherentes con el programa poético de Parra: la antipoesía, esa utopía vanguardista que consiste en encontrar un lenguaje que acerque la poesía a las formas orales. El lenguaje de la tribu, que decía Rimbaud o en román paladino / en el cual suele el pueblo fablar a su vecino, por decirlo con Gonzalo de Berceo, uno de los grandes maestros de Parra. Sin embargo, estos dos poemarios de Parra contienen otra innovación, la de idear una forma en que la poesía se hace recreación dramática para dar voz a un personaje carnavalesco que expresa su visión del mundo. El Cristo de Elqui es un espejo deformado que nos devuelve nuestro verdadera imagen que solo podemos obtener mediante su mirada lúcida y enferma.



Prédica XXIII

Y estos son los desafíos del Cristo de Elqui: 
que levanten la mano los valientes: 
a que nadie se atreve
a tomarse una copa de agua bendita 
a que nadie es capaz
de comulgar sin previa confesión
a que nadie se atreve
a fumarse un cigarro de rodillas 
¡gallinas cluecas - gallinas cluecas!
a que nadie es capaz
de arrancarle una hoja a la biblia
ya que el papel higiénico se acabó 
a ver a ver a que nadie se atreve
a escupir la bandera chilena
primero tendría que escupir mi cadáver 
apuesto mi cabeza
a que nadie se ríe como yo
cuando los filisteos lo torturan.